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 EN EL MUNDO DE LA TERNURA

VIDA Y OBRA DE MANUEL CURROS ENRÍQUEZ, por Alberto Vilanova Rodríguez. Ediciones Galicia. Buenos Aires. 349 p.


“El abandono que Galicia tiene siempre por sus hombres más representativos, el desprecio o la indiferencia que siente por su obra y la incomprensión que acompaña a sus inquietudes espirituales” según el profesor Alberto Vilanova, movieron a éste a la ordenación de un volumen –premiado por el Centro Gallego de Buenos Aires- donde el fervor literario y la valoración entusiasta superan la modesta bibliografía encabezada por Luciano Cid Hermida, Benito Fernández Alonso, Galo Salinas Rodríguez, José Baña Pose y Adolfo V. Calveiro.


El autor de “Aires da miña terra”, romántica personalidad cuyo temple se sintetiza en esta obra hasta convertirla en la “biografía de un temple”, gravita como algo fundamental en la literatura contemporánea gallega, sin haber constituido el objeto de un estudio definidor, suficiente y total. Francisco Grandmontagne, según se registra en el presente volumen, dijo alguna vez de Curros: “Tenía todas las virtudes y todos los defectos de su raza. Era leal hasta el martirio, veraz hasta el escándalo, como quería San Agustín, amante de la justicia, bueno, profundo y fundamentalmente bueno, como casi todos los gallegos. Como ellos tenía también el defecto de una extrema suspicacia, hija de esa tendencia analítica que haría de gran cultura científica, el país de los psicólogos. Cada gallego lleva un Kant soterrado en su espíritu”. Eduardo Blanco Amor, de acuerdo con la sensibilidad presente, perfiló figura tan representativa llamándole “blasfemo iconoclasta como un joven dios, barbado y republicano, sembrando a voleo sus iras. Es el agilísimo púgil  del final de un período –dijo también-, y despierta en la juventud, a la que excita con sarcasmos, una emulación combativa y rebelde que se prolonga hasta hoy, ya que todos los jóvenes llevamos el alma estigmatizada por su cuño de hierro ardiente”. Alberto Vilanova Rodríguez, reuniendo en su bio-bibliografía con estos trabajos todos los que ha podido conocer para glorificar suficientemente al “agitador del mundo de la ternura”, consigue  un estudio donde se acreditan sus dotes eruditas y en el que una personalidad de pujanza admirable sangra y lucha con la mediocridad de un tiempo que frustró inevitablemente muchos de sus valores de excepción.

El genio humano de Curros Enríquez –superior desde nuestro punto de vista a su definida categoría literaria, cosa que ocurre por otro lado con muchos de sus paisanos- aparece en estas páginas fervientes como fundamento de su mejor tensión lírica. Alberto Vilanova con una prosa donde juegan con frecuencia los “ilustre”, “notable”, “excelso” y “eximio”, proyecta la grandeza de su biografiado sobre quienes al valorar la complejidad de una figura estudiada desde diversos puntos de vista, aprovechen el estímulo de una existencia atormentada a la que cercaron la incomprensión y la ingratitud. La chatura municipal y nacional es combatida por la actitud de este escritor, enemigo como Curros de la injusticia, lo tiránico y lo innoble. El perfil que Alberto Vilanova consigue del autor de “El Maestre de Santiago”, tiene buen cuidado de no degradarse con lo ditirámbico, aunque huya de ese apagamiento de los cronistas explotadores de lo singular. En capítulos monográficos donde se enfoca la vida, la lucha, la producción y las ideas políticas y religiosas de Curros, exalta lo mejor, critica lo tantas veces desorbitado y se enfrenta casi siempre con quienes no aprovecharon los caudales del escritor que hace objeto de su estudio, y sale al paso tantas veces como lo cree preciso, de amigos y estudiosos que por unas cosas u otras no situaron con la precisión pretendida por Vilanova al autor de “El padre Feijoo”.

El galleguismo de Alberto Vilanova no deifica, sin embargo, a Curros Enríquez, convencido de que las figuras con carga universal no hacen más que disminuirse en la hipérbole localista. Una cosa es mostrar los valores triunfantes y frustrados por las circunstancias de quien con Rosalía, con Pondal, etcétera, constituye la plana mayor de la lírica gallega de nuestros días, y otra abandonarse a la jaculatoria desmedida, que es lo que muchas veces hacen  aquellos que llaman “ensayo” o “estudio” a un periodismo delirante sin la necesaria objetividad. Celanova, el solar donde nació el poeta, se sugiere en un apunte, despreciando la ocasión de un lírico paisajismo. Esa explotación desmedida que tantos estudiosos y biógrafos suelen conseguir a la vista de valores sorprendentes, no aparece en este estudio interesado por la justeza y la precisión. Se registran opiniones sobre Curros Enríquez donde se elogia, por ejemplo, el fino humorismo de su inmortal cazurrería. Pero no es lo cazurro gallego por fortuna –elogiado muchas veces por motivos poco contrastados- lo que a Alberto Vilanova preocupa, sino la amplitud y la grandeza de una figura de rango considerable, a la que se acosa con simpatía entrañable, con fervor riguroso, con orgullo, como es lógico, y lealtad. “Curros –nos dice-, que era tan iracundo y tan mordaz para los malos gallegos, tan rencoroso y tan implacable con los que le parecían venales o ruines, era, por lo contrario, de una candidez y de una solicitud con quienes creía bien indolados”. La figura del considerable poeta de Celanova no aparece en el estudio que nos ocupa gratuitamente, elevada por la genuflexión literaria, sino comprendida en su profunda humanidad. El análisis bibliográfico, o el aporte de la opinión meritoria, ilumina en todo momento los valores personales de un hombre abierto, generoso, de un idealismo conmovedor y franco, con el fin de que el estudio del profesor Vilanova Rodríguez, en vez de pertenecer a esos “alrededores” intelectuales absolutamente estériles, se convierta en un comentario revelador de la lucha apasionada, del entusiasmo inquebrantable, de la fe en un pueblo y en un destino humano, tan característicos del cantor. Muchas veces se cree al gallego como a una criatura perdida en cierto sonambulismo desganado. Toda la tarea exegética de Alberto Vilanova Rodríguez tiende a perfilar por el contrario –al valorar paso a paso la figura de Manuel Curros Enríquez- una manera de ser entusiasta, poseída, guiada en la nobleza que lleva siempre a afirmar.

Curros Enríquez –a la vista del estudio que nos ocupa- fue un poeta total, vale decir, una palabra cautivadora y una acción combativa. En momentos en que la poesía o se refugia en la torre de marfil de la estética o se lanza a la calle de cualquier manera, poseída por convicciones no demasiado contrastadas, Alberto Vilanova a lo largo de su libro trata de reencontrarnos con un destino singular al que importaban el verso y la misión. Los ricos en intimidad tienen que ser ricos en lucha dignificadora. Ante Curros Enríquez no se sabe si estimar lo “lírico conseguido” o lo que se pretende humanamente conseguir. Preocupa en este ensayo a su autor lo que hoy llamamos “una conducta”. Porque voz y conducta, canto y lucha, verdad lírica y verdad viva, constituyen la riqueza del poeta cuando éste puede evocarse con el afán de ejemplaridad con lo que hace Alberto Vilanova en su trabajo –homenaje, de tan honesto sentido intelectual.

La honestidad de este libro, precisamente, señala en todo momento a Curros Enríquez como a un gallego para quien el hecho de serlo no constituiría solamente  un mérito. De la misma manera que se exaltan los valores poéticos de la figura estudiada, se tiene buen cuidado de ponderar la “potencia crítica” del gran descontento español. Sólo heredan los valores de un pueblo quienes lo elevan con su exigencia, con su amor y con su crítica. Curros Enríquez, figura representativa de Galicia, principio romántico de una estirpe de poetas actuales, cedió a los mismos sus hallazgos y su rebeldía superior. Alberto Vilanova destaca con su trabajo la condición revolucionaria del “poeta civil, político y simbólico”, como alguien dijo. Mostrándonoslo como un fermento positivo de un momento social diecinuevesco poco maduro; como un principio de inquietud perdido entre gentes demasiado tranquilas; como un enamorado de la aurora, en oposición permanente con aquellos gallegos un tanto reblandecidos por cierto sentido morriñoso-crepuscular.

Para Alberto Vilanova Rodríguez, Curros era todo lo contrario de esos poetas decorativos a los que los pueblos consideran un lujo. “Tener un gran poeta” en el país a que se pertenece, no debe ser un gran motivo de alegría superficial. Destaca en su estilo el antiservilismo y el sentido de la libertad definidores de Curros Enríquez y lamenta que por su  potencia crítica y su afán enormemente mejorante, gallegos, españoles y cubanos con quienes convivió luchando no aprovechasen demasiado su fermento renovador. Leyendo “Vida y obra de Curros Enríquez” nos damos cuenta de lo que fue y de lo que pudo ser un manantial creador de bastante importancia. Alberto Vilanova no ha actualizado con su obra personalidad tan considerable para que los gallegos, por ejemplo, alimenten su ufanía local. Insiste, por el contrario, dirigiéndose a sus coterráneos, sobre lo poco que se aprovechó la riqueza de Curros Enríquez para que los lectores de su obra, y principalmente los gallegos, se hagan acreedores a una categoría e inquietud extraordinarias, realizándose con la libertad crítica con que Curros lo hizo y en un plano de cosas tan alto como el elegido por aquel universalizador de lo regional.
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