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 NOTAS PARA UNA TEORÍA ACTUAL DEL PATRIOTISMO GALLEGO (1956)

El concepto del patriotismo gallego atraviesa honda crisis moral y espiritual. Es una de nuestras aptitudes y actitudes más bastardeadas por el ambiente y el tópico, por la inepcia de los unos y por la cobardía de los otros. Su propia insignificancia creadora y  la perturbación que produce en muchos espíritus exige un nuevo confrontamiento de sus causas, un análisis de sus manifestaciones adventicias y una valuación real de sus espejismos.

Pero para hacerla, es previa la existencia de una combatividad ciudadana. Es elemental que estemos dotados de cierta valentía para afrontar con serenidad, pero también con firmeza, el riesgo que supone oponerse al lugar común que arrastra consigo la balumba de

tantas cosas y tantos valores mostrencos y arbitrarios.

La más imprudente de estas exteriorizaciones y la más alborotadora de estas osadías, radica en oponer la cultura a la ciudadanía, pretextando así un insano e incoloro patriotismo. Y todo como si fuese posible postular un credo patriótico al margen de indisputables virtudes cívicas.

Son muchos los pecados que afean la cultura, y los capitales son la frivolidad, el histrionismo y la pedantería. Pero no son menos graves aquellos, en que se utiliza como cortina de humo para ocultar esa cobardía moral y mental, que les impide elevar el pensamiento a zonas no sujetas a la aduana perniciosa de la gendarmería gobernante. Muchas veces se hace cultura con minúscula, para así justificar el miedo a encarar los perentorios e inaplazables problemas humanos en que se tortura el alma de nuestro pueblo. Y contra eso hay que protestar airadamente y desenmascarar a sus prosélitos vergonzantes.

Cualquiera transigencia con esa truhanería intelectual, es hacerse cómplice con el martirio de nuestra Tierra.

Ese tipo de cultura puede desarrollarse y hasta intensificarse, cuando el pueblo que le sirve de motivo o sugerencia, vive una etapa normalizada, tranquila y en permanente superación; de idéntica manera puede ser objeto de la propaganda y de alabanza, cuando se trata de un país cuyos elementos básicos descansan en una nacionalidad orgánicamente formal. Pero Galicia, que es un pueblo con más de dos milenios de historia, es personalidad demasiado seria y compleja, como para enquistarla en un concepto cerrado o enclaustrarla en un insuficiente corolario. Y sobre todo, no se puede usufructuar su responsabilidad histórica, llevando como bagaje propio un fardo repleto de agresivas ignorancias. De ahí que sea nuestra Patria, la víctima de más tópicos –clara manifestación de la pereza mental-, de más estúpidas interpretaciones o de más insolentes procacidades. Cualquier inepto, amoral o energúmeno se cree con derecho  a señalarle las directrices o a prodigarle reproches, sin conocer su vida y sin tener principios rectos en su conducta. De ahí la falta de probidad o de altura con que se fabrican los enfoques o el juicio de tantos innumerables problemas, específicos o generalizados de la existencia conmovida de la Galicia auténtica.

No dudamos ciertamente del amor que algunos dicen profesar a Galicia, porque la duda en este caso constituiría el peor allanamiento de morada, cual sería penetrar subrepticiamente en el recinto pudoroso de los sentimientos ajenos. Pero también es verdad, que en otros muchos casos, ese amor es tan burdo, tan mixtificado o tan cursi (formas todas ellas de una notoria irresponsabilidad moral), que no se necesitan violaciones de ningún género, para certificar su rotunda inexistencia.

Es altamente perniciosa y fraudulenta la falta de autenticidad moral en los cultores o farautes del dogmatismo intelectual galaico. Entretenidos en peripecias menudas, destacando relieves de escasa preeminencia, haciendo de vaporosidades y brumas a ras del suelo, idearios y problemas, que se destruyen en la primera disección crítica y objetiva.

Se impone, pues, un repertorio de ideas urgentes y fecundas en una pletórica visión de conjunto, en una síntesis panorámica, en un pleno concierto de totalidad y comprensión. Una dolorosa pesadumbre tiene que embargarnos el corazón ante tanta inseguridad espiritual y tan pacatas manifestaciones culturales. Es otra la obra que nos señala este momento nuestro, tan urgente y tan imperativo. Nada de perder el tiempo escamoteando lo vital, para andar tras las sombras y en persecución de fantasmas. Eso queda para los filisteos de la estética; para los líricos de ese paisaje yerto y frío sin la voz de los seres que lo humanizan; masculladores dela historia que sólo es vagido de recuerdos oprobiosos, y no herencia y sangre que la ha creado; sin penetrar en el recanto de las cosas amorosamente vivas o muertas, incapaces de dar aliento cordial a las ilusiones que emergen de la esperanza; sin inclinarse con respeto y ansia vindicativa ante los muertos de nuestro martirologio sublime; sin remontarse nunca a lo vigente en la conciencia popular, con amor, con dignidad y con valentía.

Indudablemente para levantar a Galicia a la altura de nuestros sueños, tenemos que ensanchar hasta lo heroico nuestra capacidad volitiva, porque en esta vida nada se nos regala con largueza, y el lograrlo supone lanzarse a esta empresa patriótica por unos itinerarios sembrados de dolores, esfuerzos, incomprensiones y decepciones hasta soportar incluso el vapuleo de la impopularidad. Es inexcusable por tanto arbitrar los instrumentos que forjen esta tarea, y poseer sobre todo una concepción de la vida gallega, amplia, jugosa, con altitud y con arrestos, con un horizonte abierto por delante y un afán de geniales empresas, con lucidez en el entendimiento y energía en el corazón. He aquí el programa a realizar por los buenos y generosos.

Galicia debe estar por encima de todo y de todos. Pero Galicia no puede hacer nada creador y perdurable sin el goce y disfrute de su indiscutible libertad. Primero luchar por hacer este anhelo irreductible, esencial, cierto y afectivo. Ante ella hay que arriar las banderas de los partidismos y de las sectas; tienen que perecer las vanidades seniles y aviesas; hay que enterrar las patrioterías epilépticas; es preciso arrojar al montón de los residuos podridos los enconos fraguados en el albañal de la envidia o de la impotencia.

Cuando se profesan las ideas con pulcra devoción, es fácil coordinar los trabajos en bien de Galicia, porque aunque  pueden existir diferencias para el observador superficial, ellas se borran siempre en el puro manantial de sus radicales esencias.

Claro está que ello no es posible si no se tiene una visión clara y real de Galicia. Porque si a nuestra Tierra le aplicamos la óptica que sirve nuestros intereses particulares, se frustra el entendimiento y la concordia. A Galicia hay que verla sobre todo en su dolor y con sus problemas vitales, problemas que ya se han convertido en conflictos morales en las almas sensibles y atormentadas. Quien no lo vea así, será un arqueólogo o un metafísico, un rumiador de versos o un escritor deshumanizado.

¿Que Galicia permanece insensible o apática a nuestro llamamiento? No importa ¿Que los gallegos no acogen esta invocación a su deber? Peor para ellos. Salvemos quienes creemos de buena fe estar en lo cierto y seguro, nuestra conciencia de la abyección si la hubiere. Como decía Anacarsis el filósofo, uno de los siete sabios de Grecia, “es preferible avergonzarse de la Patria a que la Patria tenga que avergonzarse de nosotros”.

En todo esto radica nuestro patriotismo gallego, expuesto con sinceridad y con nobleza. Si frente a él, otros son capaces de presentar uno mejor, nos rendiremos, pero mientras tanto, lucharemos por llevar a la conciencia de todos los gallegos estas firmes convicciones nuestras. El amor patrio tiene que ser hondo y efusivo, siempre exento de complicaciones rencorosas. El patriotismo es generoso y expansivo, cualquier limitación sectaria u opresiva lo ensucia y lo tergiversa. Y no olvidemos finalmente como gallegos, que se sirve a Galicia no como un pedestal de nuestra vanidad, sino para dar al espíritu el goce inmenso de satisfacer un gran deber.

VILANOVA, A.: Notas para una teoría actual del patriotismo gallego, Revista Lar, número extraordinario, nº 272-73-74. Bos Aires, xuño de 1956
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