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 EL AUTOR Y SU OBRA: Paulino Pedret Cansado (1958)


Viejo tema éste de la amistad. Tan viejo como desde el día que el hombre hubo de confiar sus cuitas, sus opiniones o sus sentimientos a un semejante. De ahí la enorme cantidad de sugerencias que ha despertado en la literatura de todos los tiempos. Desde el aforismo pitagórico de que "no hemos de hacer de los amigos enemigos, sino que hemos de hacer de los enemigos amigos", vienen los florilegios de máximas y sentencias registrando el pensamiento de los hombres más preclaros en torno a la amistad.

Sin salirnos del acervo clásico, tenemos como modelos antológicos lo que sobre este problema nos dejaron escrito, en primer lugar, el griego Luciano de Samosata y el latino Marco Tulio Cicerón. Aunque el primero la consideró desde el punto de vista mitológico o heroico, y el segundo la encuadra dentro del contorno político, no por ello dejan de ser interesantes sus valuaciones. Luciano considera a la amistad como "una centella de divinidad que sembraron los dioses en la tierra". En Cicerón es "un sumo consentimiento en las cosas divinas y humanas con amor y benevolencia". Y es que en la antigüedad no se concebía la amistada más que como una virtud vinculada a los casos heroicos, sublimes y superhumanos. En nuestros días, la amistad ya no tiene ese don mítico de entonces: se desenvuelve en nuestro menudo medio social con sus matices y sus gradaciones, pero carente de sublimidad y grandeza inasequibles. Hoy la amistad liga a los hombres como cualquier otra afinidad espiritual. Tiene naturalmente sus exigencias y sus ponderables cualidades, pero no encierra en su común disfrute la obligatoriedad de ningún privilegio.

Elegimos voluntariamente a nuestros amigos, sin imposición y sin cálculo; basta, simplemente, con que nuestro semejante posea idéntico linaje de preferencias intelectuales, de coincidencias en cuanto a principios éticos, para que una corriente espiritual de común sentido y proyección haga el milagroso reencuentro de nuestras almas. No es preciso ni la comunión de determinados credos políticos o ideológicos para consumar la compenetración sentimental. La sublime tolerancia despeja los estados de fricción. No es preciso, para que la amistad exista, que ella se produzca entre correligionarios al uso. Hombres de distinto enfoque ideológico, de opuestas creencias, pueden ser buenos amigos, si saben poner por encima de sus diferencias esa dulce tolerancia que hace a los hombres comunicativos y generosos, respetándose mutuamente aquellos postulados que consideran intangibles en el fondo insobornable de su conciencia. Pérez Galdós es uno de los más altos ejemplos de esta aptitud y actitud moral. Fue gran amigo del novelista Pereda y del cardenal de Tarragona, López Peláez, a pesar de pertenecer a mundos mentales diametralmente opuestos. Este recíproco respeto hace de los hombres seres humanos; y la falta de esta elemental libertad los convierte en fieras o en seres infrahumanos. Lo que sí no puede hacer amistad, es cuando al lado de las ideas habita una conducta sucia, una falta de moral, una agresiva petulancia, una superioridad ostentosa y hostil, porque entonces la amistad no existe, para dejar paso a la complicidad o a la hipocresía.

Mas la amistad ofrece aristas muy distintas, ángulos muy complicados, facetas muy diversas. Hay un tipo de amistad que se queda en sencilla confidencia; hay otra, quizá la más encomiable, que en las horas difíciles de un hombre halla en su amigo el consejo leal, el apoyo desinteresado y la solidaridad indestructible; y, por último, hay una amistad que, rebasando los límites de una simple convivencia habitual, por la superioridad intelectual de nuestro amigo, adquiere éste, sin proponérselo, la categoría de maestro. Este último tipo de amistad, poco frecuente, es de las más provechosas: abriéndonos siempre un nuevo camino de luz en el pensamiento, va contribuyendo al perfeccionamiento de nuestro saber y de nuestro espíritu. 

A estos últimos amigos va dedicado el precioso libro de Pedret Casado. Libro que aparece en un momento excepcional. En este momento en que todos vimos como amistades que nos parecían indeclinables, se deshicieron al calor de bajas pasiones, de increíbles vilezas y de acomodos inconfesables. Es interesante todo cuanto el doctor Pedret Casado nos relata en su obra; pero, para mí, lo más notable del libro es lo que tiene de sugeridor y de aleccionador. Hay en todas sus páginas un perfume de lealtad que muy difícilmente se encuentra en otra clase de trabajos, trabajos egocéntricos, frívolos, mercedarios, cobardes, pusilánimes, pedantescos, donde se olvidan amigos y maestros con refinada perfidia, y se omiten nombres respetables, impelidos por el reconcomio de la envidia, o por la falta de dignidad para emular el gesto limpio de los demás. 

El docto profesor compostelano doctor Pedret Casado, nos da una lección maravillosa de humildad, al recordar tan fervorosamente a sus maestros gratuitos, y al mismo tiempo nos regala con una serie de estampas de gallegos egregios, una colección de vidas ejemplares que estaban necesitando de alguien que las recordase, con esa unción y veneración con que su biógrafo lo hace, en este vanidoso mundillo del do ut des, en que parece que la crítica se ha esfumado -la crítica responsable y objetiva-, para dar paso a una organización de bombos mutuos en cadena, que está envileciendo el sentido cultural de nuestra tierra. Por eso, ¡qué bello es este oficio de biógrafo, cuando elogiamos aquellas vidas que no pueden retribuirnos los elogios!...

El doctor Pedret Casado traza en su libro magníficos retratos psicológicos e intelectuales de algunos gallegos, que podríamos calificar de precursores, y de quienes ya nadie se acuerda. Tal es el caso de Rodrigo Sanz, que tanto laboró por el resurgimiento de Galicia, y de quien hasta ahora no se había publicado un resumen biográfico. El notable historiador César Vaamonde Lores, al que también recuerda con filial cariño su aprovechado discípulo Juan Naya; el infatigable historiador y paleógrafo Pérez Constanti; el meritísimo investigador franciscano fray Atanasio López; el sincero periodista Vicente Carnota; el cultivador de los estudios penales Amor Neveiro; el malogrado presbítero y sociólogo Vales Faílde, y esa impresionante figura, hidalga por los cuatro costados, que se llamó Joaquín Arias Sanjurjo. Todos ellos magníficamente abocetados por la agradecida y jugosa pluma del doctor Pedret Casado, van desfilando dentro de una armonía sentimental y de un paralelismo histórico, que se conjugan con notable sobriedad y emoción.

Es el trabajo que comentamos, aparte su valor como aportación fiel y honesta para el conocimiento de algunos de nuestros hombres esclarecidos, un verdadero breviario de la amistad; amistad honda y cordial, permanente y estremecida, como tiene que ser este gran afecto, para no convertirse en simulación en las horas fáciles y en defección en las horas difíciles, como vulgarmente se comportan tantos sujetos en el conmovido proceso de nuestras vidas. Por ello, hago llegar al querido amigo y compañero en tantas tareas comunes, mi caliente y afectuosa felicitación, instándole -aunque no necesita de mis estímulos- a perseverar en esa labor que se ha impuesto de airear los nombres limpios y puros de nuestros valores representativos. 

En esta hora de tanto resentido suelto, de tantos critiquillos y zoilos audaces, y sobre todo de tantas desmesuradas ingratitudes, el libro de Pedret Casado, no sólo constituye una generosa adhesión admirativa y fraternal a ese magnífico elenco de gallegos notables por él exhumados, sino que es todo un magisterio de rendida y leal dedicación a la amistad, pleno de gratitud y alto espíritu. Es todo cuanto nos ha sugerido hoy el exquisito libro del doctor Paulino Pedret Casado. 
Buenos Aires, marzo de 1957.

VILANOVA, A.: "El autor y su obra: Paulino Pedret Casado, Mis maestros gratuitos, Compostela 1957", en Lar, nº 293-295, Bos Aires, 1958, p. 13-14

 

Alberto Vilanova - Ensaísta e Historiador | Aviso Legal | © 2011 albertovilanova.com
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