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 GALICIA EN EL PENSAMIENTO DE RODRÍGUEZ CARRACIDO

Cuando murió este sabio gallego (el 3 de enero de 1928), el "Boletín de la Academia Gallega", a la que pertenecía como correspondiente, consignaba su desaparición en estos términos: "Si apenas consagró esfuerzos a publicar hechos o estudios de carácter o materia galaica, estuvo atento, sin embargo, día a día y año a año, para seguir hasta los más débiles e insignificantes fenómenos del vivir intelectual y sentimental gallego; y cuando se le requirió, hubo de responder con la elocuencia de su verbo fluentísimo, elegante y sabio, avasallador como un torrente y cariñoso como un halago, a ensalzar las glorias nuestras, proclamando su amor a Galicia y su fe en nuestros destinos".

Galicia con todos sus vivos problemas estuvo siempre presente en la mente y en el corazón de Carracido. Lo mismo en Galicia que en Madrid, cuando se requirió su concurso, y aun sin requerírselo, para cualquier acto de afirmación galaica, apareció siempre en primera línea. Hubo un momento que con Brañas y Murguía -tiempos aurorales de nuestro redentismo- constituyó, como escribe Curros, "la trinidad del regionalismo gallego". Bastaría citar sus raros ensayos sobre "El regionalismo en la Universidad" y "El regionalismo en la pintura", para confirmarlo. Su obra de tipo galleguista es bastante copiosa e interesante, por lo que haremos en la fecha de su centenario, que los gallegos no honramos como debiéramos, una sencilla pero verídica glosa de su emoción gallega.

Para ello entresacaremos sólo los datos de dos fuentes. Su prólogo al poema de Curros, "El Maestre de Santiago" y su bello discurso pronunciado en Pontevedra en 1896 con motivo del Certamen de Artes y Oficios. En el prólogo, escrito en 1892, sostiene que debemos "reivindicar personalidad social de Galicia, libertándola, por la propaganda, del menosprecio de los extraños, y por la despiadada flagelación, de la ruindad de sus propios hijos". Y añade: "A un pueblo que desea reconstituirse apercibiéndose la lucha en el terreno del derecho, es menester hablarle con ruda franqueza, para que vaya entendiendo cuál es su verdadera alma y cuál debe ser el objeto preeminente de sus afectuosas atenciones". 

Frente a la plaga caciquil que devora la vida moral y material de nuestra Tierra, exclama: "Hora es ya de que la reja del arado arranque de raíz la maleza sembrada por el caciquismo político, y abra el surco en que sólo germine la semilla productora del sano alimento que vigoriza los músculos y el cerebro de quienes la cultivan". Dirigiéndose a su patria le dice: "Galicia, levántate de la abyección idolátrica en que te ha sumido el engañoso artificio que suplanta con el símbolo el objeto simbolizado, y apercíbete a honrar lo que vale por su mérito intrínseco, sin subordinarlo a los que realzan hábiles oportunismos o sórdidas aspiraciones". Censura duramente la ingratitud de la población gallega con sus hijos más insignes en estas acres palabras: "Parece que un instinto suicida mueve a Galicia, porque aquellos de sus hijos que por la solidez de sus méritos pasan a la Historia, personalmente sólo los honra cuando trasponen los umbrales de la eternidad, y entonces su patria, acusándose de ingratitud, llora amargamente la pérdida que padece, y una y otra vez reproduce la escena, perseverando en la impenitencia". En este aspecto, Carracido podía hablar con autoridad, pues su palabra y su pluma siempre fueron pródigas en la exaltación de los gallegos egregios. Bastaría citar su reivindicación del coruñés Rogete como inventor del telescopio, su intervención en los homenajes tributados en Madrid, primero a Curros y después a Murguía, y tantos y tantos otros actos galaicos en que Carracido fue su figura principal.

En su discurso de Pontevedra, encontramos como párrafos dignos de entresacar los siguientes: Hablando de nuestros trabajadores y concretamente de los emigrantes tiene palabras que recuerdan aquella frase de Castelao, de "que Galiza non pide, emigra", dice: "Cuando yo veo en nuestros puertos los cuadros desgarradores producidos por la emigración, mi alma se inunda de tristeza, pero al mismo tiempo se imagina que estos infelices que actualmente abandonan cuanto les es amado, son los conquistadores de grandes bienes materiales y morales con que han de enriquecer a los que abandonan". Dice también: "El gallego es en todas las regiones del viejo y del nuevo mundo la más genuina representación del obrero sufrido, resignado, infatigable en las más duras tareas a que se somete para ganar su vida y sostener míseramente su familia. Al encontrarse en su país en condiciones que no le permiten, no sólo prosperar, sino atender a las más elementales necesidades de la vida orgánica, no protesta ni se revuelve airado contra los poderes constituidos, ni contra el estado social que le rodea, ni contra aquellos a quienes contempla más afortunados; acepta la posición en que el destino le ha colocado y sabe que es menester trabajar y trabajar cruzando valerosamente las arideces de la vida porque sólo al precio de las fatigas de su éxodo puede entrever los horizontes de la tierra de promisión, que sólo por el trabajo se conquistan". 

Finalmente como colofón de esta modesta antología de la galleguidad de Carracido, reproducimos un sabroso párrafo suyo, de indudable estilo castelarino, referente a la cultura nuestra: "Abrigo la ilusión de que Galicia ha de disfrutar espléndido porvenir. Los tesoros de su cultura, que nuestro pueblo lució en pasadas centurias estarán hoy soterrados bajo las capas del sedimento histórico, pero no perdidos en absoluto; y cuando propicias condiciones nos permitan por medio del trabajo lucrativo explorar lo que fue nuestro y sacarlo a la luz del conocimiento, reaparecerán entonces, aunque adaptándose a las exigencias de los nuevos tiempos, las manifestaciones de aquel espíritu que fue el precursor de la civilización española y que asombró a la Península erigiendo en medio de la tosquedad de los siglos medioevales nuestros espléndidos monumentos arquitectónicos, que se deleitó con la obra lírica de nuestros trovadores y que en suma vio alborear toda una civilización superior a cuanto en la Península entonces existía. Cumplidamente demostraremos entonces, que no faltan iniciativas ni aptitudes: sólo necesitamos condiciones para que aquéllas se muestren, y entonces volveremos a ocupar el lugar a que somos merecedores, luciendo el valor de nuestra obra, como el campo se exorna con todas las galas de la primavera cuando siente el estímulo del calor que vivifica los gérmenes contenidos en la tierra".

Muchos más trozos de la obra gallega de Carracido podíamos añadir aquí, mas la brevedad del trabajo nos obliga a amputar muchos conceptos, que harían aún más pesada ya esta larga enumeración.

Quede, pues, una pequeña expresión de la galleguidad de Carracido, el eminente gallego que aun cultivando la ciencias experimentales, nunca tuvo en olvido la Tierra que le vio nacer y a la que tanto fervoroso amor profesó. 

ENVÍO: A mi querido y viejo amigo el Doctor D. José Giral Pereira, ejemplo de recias virtudes cívicas y eminente hombre de ciencia, que recibió de su maestro Carracido el espaldarazo de la cátedra y del rectorado, que tan dignamente supo ejercer.

VILANOVA A.: Galicia en el pensamiento de Rodríguez Carracido, en "Galicia Emigrante", nº 21, ano xuño de 1956.
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