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 LA APORTACIÓN DE LOS GALLEGOS E HIJOS DE GALLEGOS A LA INDEPENDENCIA NACIONAL ARGENTINA (1960)

(Primer premio al artículo sobre este tema, con motivo del sesquicentenario de la revolución de mayo en 1960, instituido por el Centro Gallego de Buenos Aires).


...y los libres del mundo responden
¡Al gran Pueblo Argentino Salud!
(del "Himno Nacional")


Si se nos exigiese destacar los valores espirituales más trascendentales y fecundos de Galicia en su proyección histórica, aun teniendo en cuanto cuán arriesgado es encerrar en cláusulas definitorias el ama y el destino de un pueblo, no titubearíamos en destacar estos dos móviles, que si se quiere son supranacionales, pero que bastarían para inmortalizar un pueblo en la historia de la humanidad: Su ímpetu universal y su amor a la libertad.

Desgraciadamente, por causas que no son de este momento analizar, Galicia permanece todavía en la Historia acusando una personalidad modesta, ignorada la más de las veces, cuando no deformada, preterida, pésimamente comprendida o vituperada. Triste situación de los pueblos que han desbordado su generosidad humana y no han cuidado de exhibir sus virtudes, y a cuyo pecado habrá que sumar, el poco acierto de quienes entregados de manera substancial a una labor de galleguismo absorbente, no han atinado a resaltar sus auténticos méritos universales y que por un mezquino espíritu de ruralización de nuestra cultura, han caído en filisteísmos patrioteros o en la beatería de lirismos o alharacas ramplonas y contraproducentes.

Escribía una vez Lamartine que: "hasta Dios para su propaganda necesita campañas". Confesemos pues, honestamente, que los gallegos no supimos a tiempo campanear. No hemos dado tono ni altura a nuestra demandas o no supimos jerarquizar nuestro prestigio. Nos hemos entregado muchas veces a la salmodia plañidera, vegetamos en la rutina de cuatro tópicos mal digeridos y peor administrados: hemos perdido el tiempo y los seguimos perdiendo en relumbrones precarios y  en pleitos de menudo cabildeo, y, cuando exteriorizamos nuestra protesta, fue tan efímera nuestra ira como fugar el mantenimiento de sus ecos, y así se han malogrado los mejores frutos de toda la obra de emancipación y reconocimiento de nuestra indeclinable e imprescriptible personalidad nacional.

También es verdad que no hemos sabido equipar a los gallegos de un arsenal de cultura suficiente para defenderse. En este sentido siempre propugnamos que la principal y urgente labor cultural –siempre complementaria de una gran educación cívica-, debía estar dedicada preferentemente a mostrar nuestras figuras representativas, para que su conocimiento excitase el orgullo de ser gallego y fuese a la vez estímulo, en unos para imitarlos en su obra y en su conducta y en otros para continuarla y de ser posible superándola.

Vergüenza nos produce que un nombre tan glorioso como el de Galicia, no atraiga los acentos de unánime acatamiento histórico a que tiene derecho. Galicia es uno  de los pueblos más viejos de Europa, que en más de dos mil años de historia no ha dejado un solo momento de dar para las causas más nobles de la humanidad, lo mejor de sus hijos y de su estirpe. Sin ellos, son muchos los pueblos de la tierra que no podrían presentar muchas de sus glorias, en conmemoraciones como ésta, y que sólo fueron posibles por esa latente e insobornable galleguidad que alienta en sus más recias voluntades.
Por una propaganda mal organizada, repetimos, y por una defectuosa exaltación de lo fuimos y de lo que somos, caímos muchas veces en un total orfandad y vilipendio, en países que nos trataron como seres inferiores, sobre los cuales cualquier ignaro plumífero o procaz sainetero, podía verter impunemente el veneno de su espíritu corrompido, o la sucia gracia de su ignorancia superlativa. Tal fue el caso de aquellas tierras (no hace falta nombrarlas pues están en la mente de todos), en donde el vocablo gayego era casi siempre peyorativo y denigrante. Pues bien, ha llegado la hora de sepultar para siempre ese de nuestro envilecido, hay que raer de los corazones este estigma doloroso que todavía reconcome el alma de gentes inferiorizadas; hay que airear nuestra grandeza y flamear en lo alto de nuestra bandera, y si hay que voltear las campanas la voltearemos, pero tan fuerte y tan permanentemente, que ensordezca a quienes no nos conocen, o lo que es peor, a los que siempre han desdeñado escucharnos.

Claro está, que el ser gallego solamente por el nacimiento no basta. Serlo tan sólo por imperativo jurídico, no es lo más importante. Un hombre nace muchas veces por accidente en un determinado lugar, y el jus soli tiene algunas veces patente de bastardía, si no va enriquecido por la dignidad y la altivez de su nacionalidad. Lo que interesa en este caso es la autoestimación, y esta calidad ponderativa se adquiere por sensibilidad, que en este caso, es tanto como responsabilidad. Un vez se habló e incluso hasta se hizo una encuesta sobre "el arte de ser gallego". La proposición nos parece insuficiente. No se trata de hacer un arte de la vocación galaica, no; lo que hay que practicar y reforzar es "la razón de ser gallego". Y para esto hay que acudir al arsenal de que hemos hablado. En posesión de él, sentiremos la razón de ser gallego con sentido moral y con elegancia de espíritu. Es decir, hay que ser gallego por ética y por estética.

Ya que hemos rehuido o malbaratado estupendas coyunturas para que nuestra límpida voz hablara con resonancias trascendentales de quehaceres seculares, debemos ahora tener presente cuando nos decidamos a realizar cualquier acto patriótico, que en Galicia han ocurrido cosas gravísimas para que no nos entretengamos miserablemente en minúsculos planteos y en hacer conceptos básicos de dogmas accidentales. Hay que caminar con paso firme, provistos de armas bien templadas y sabiendo a dónde vamos y para qué vamos. ¡Basta ya de "arar en el mar"!

Magnífica oportunidad tenemos en esta fecha memorable para los fastos argentinos, en que esta República bondadosa y promisoria, que nos da cobijo y sustentación, al celebrar el sesquicentenario del gesto inicial de su Independencia. En esta empresa pusieron los gallegos y sus hijos lo mejor de su arrojo y de su mente. Como homenaje a unos y a otros, a recordar su aporte y su empeño, van estas líneas humildes pero totalmente verídicas.


GALICIA, POTENCIA UNIVERSAL DEL ESPÍRITU Y DE LA ACCIÓN

Hay pueblos encastillados en su vida doméstica, incapaces de trascender más allá de sus contornos fronterizos. Son pueblos que creen que la vida acaba allí donde termina su propia biografía.

Carecen de afán supranacional, y nada de lo  que acontece fuera de sus límites territoriales, tiene repercusión en su alma nacional. Nada de lo que no le afecta directamente es capaz de producir en su conciencia la más leve sacudida moral. Su espíritu aldeanizado en el peor sentido, está insensible para las grandes causas, y cualquier agresión a la justicia o a la libertad de otros pueblos resbala por la epidermis acorazada de su insensibilidad, sin despertar la más elemental reacción en sus entresijos emocionales. Rebeldes a la grandeza humana, persisten en su egoísmo grosero, sin percatarse que de esta manera, están certificando su defunción histórica.

Otros pueblos son lo contrario; pueblos que lo dan todo con su arrogancia desbordada, sin calcular sus éxitos o sus provechos. Viven más que para sí mismos, para la humanidad entera, y no titubean en elegir su camino cuando ven otros pueblos u otros hombres, mancillados y escarnecidos. Acuden al cumplimiento de su deber, sin incidir si el resultado será favorable o adverso. Un poco de ideal aventura, otro poco de instinto creador y mucho de desprendimiento moral, que les impele al pensamiento y a la acción. En donde quiera que acontezca un hecho injusto allí estará su proyecto, en donde la verdad esté en litigio allí estará su palabra para defenderla, y en donde la justicia está en trance de pisotearse, allí irán a poner a su servicio su fe y su sangre para impedir que el atropello se consuma.

A esta altísima categoría de pueblos pertenece nuestra Galicia. Pocos pueblos habrá en la Historia que más hayan ofrendado su existencia por servir los supremos ideales como Galicia. Por su viejo linaje, Galicia es por conciencia y esencia el país de la universalidad. Desde los tiempos históricos más remotos, Galicia fue así y probablemente seguirá siendo. ¿Es esto un bien o es un mal? Posiblemente nos hubiera agradado más que Galicia mirase para adentro y sus hijos se preocupasen más por su propio destino que por el destino de causas y pueblos ajenos. Si toda la vitalidad gallega fuese vertida en su propia patria de modo enérgico y creador en lugar de gastarla extranacionalmente, otro gallo nos cantara. Hubiéramos ahorrado muchas desventuras y estaríamos cosechando en cambio la gratitud de grandes bienes. Pero la historia es ésta, y no podemos cambiarla en un día. Como ha dicho un noble historiador, "la historia como la vida puede ser contada, pero no profetizada". Hagamos pues en este caso, el oficio de narradores y dejemos el de pitonisa a otros más audaces que nosotros. Ver a Galicia con otra óptica, supone una falta de enfoque de su realidad vital.

Galicia fue un pueblo que cultivó pundorosamente su espíritu, sin dejar por ello de practicar virilmente la acción. Si se estudia con serenidad su historia, se verá que ambas disciplinas funcionaron casi siempre paralelamente. Lo mismo engrosaban las huestes de Aníbal y perecían heroicamente en el Medulio, que hombres esclarecidos como Prisciliano, San Dámaso, San Dictinio o la virgen Eteria dejaban indeleble la impronta de su saber: lo mismo guerreaban en el período suévico, que Idacio, Paulo Osorio y Baquiario, se entregaban a menesteres culturales. Galicia detuvo la invasión normanda y llevó el peso de la Reconquista occidental, pero ello no fue impedimento para esculpir con el oro de sus versos el monumento de los Cancioneros. Galicia estuvo presente en todo el mundo; allí donde se requería su voluntad, allí estuvo. Sus soldados batallaron en Nápoles, en Lepanto, en Flandes, en Orán, en Filipinas, en América, Guerra de la Independencia, luchas por la libertad..., y al mismo tiempo no hubo mar que no conociera las singladuras osadas de nuestros intrépidos navegantes, ni suelo que no se sintiese hollado por la sandalia de nuestros misioneros; ni concilio que no oyese la voz de nuestros teólogos; ni cátedra que no vibrase con el saber de nuestros doctos; ni arte, ni literatura que no registre en sus manifestaciones el genio de nuestros maestros; ni ciencia que no cultivasen nuestros investigadores; ni ideal de justicia y libertad que no contase con nuestros apostólicos ideólogos; ni pueblo que clamando por su independencia no sintiera el aliento y la ayuda de nuestros liberales.


GALICIA Y SU PRESENCIA AMERICANA


En los cinco continentes, puede sin excesiva búsqueda registrarse la imagen de nuestra obra. Mas tratándose de una fecha patria argentina, que es por derecho propio, por su amplitud y repercusión la fecha también de América justo es que oigamos algo, aunque por exigencias de espacio nos fuercen a un simple esquema de lo que América nos debe.

Y sobre todo, porque también es hora de que cuando se habla de nosotros en el Nuevo Mundo se prescinda ya de esas frases hechas, que queriendo ensalzarnos, se conviertan en paupérrima glosa de nuestra labor galaico-americana. Hay que inhumar esos lugares comunes, en que al hablar de Galicia en América, sólo se destaca la tarea de nuestros contingentes emigratorios, masivos y laborales. Bien está que se diga que el gallego es honesto, fiel, trabajador, morigerado, etc., etc., incluso que brinde la alabanza al señalar nuestra condición de humildes, pero siempre y cuando el calificativo no encubra una lastimosa ponderación. Tienen que reconocernos aquellos otros méritos, que no se limitan a los que determina la modestia de los oficios o el ansia de hacinar dinero. Y sobre todo a destruir la efigie grotesca del indiano, dejando sin mención los rasgos de su filantropía. Mucho le debe América en su vida comercial e industrial a los brazos y al talento emprendedor de los gallegos, pero mucho más le debe su progreso civilizador y cultural.

Lo mismo dijimos en términos generales, al hablar de nuestra potencia universal, de signos activos y espirituales, exactamente igual podemos decirlo en lo que se refiere de un modo particular a la historia americana. En la época tan discutida de la colonización, bastaría mentar a virreyes como el conde de Monterrey, el conde de Lemos, o Gil Taboada para que el honor de gallegos se invocara con respeto; hablar de la obra ingente de Vasco de Quiroga, de rancia progenie gallega, es decir, cuánto rebasa la gloria de una misión evangelizadora; citar a prelados como Peña, Montenegro, Aguiar, Seixas, Evelino de Compostela, Segade Bugueiro, Espiñeira, etc., ratifica poderosamente todo nuestro prasologio creador; gobernantes como Rodrigo de Quiroga, Ozores Ulloa, Gayoso, Mosquera...; estudiosos de las lenguas indígenas cono los Betanzos, los Lugo, los Parra, los Rangel; juristas como Vasco de Puga, Álvarez de Velasco, los Aguiar, Novoa Salgado; marinos como los Nodales, Ocampo, Sarmiento de Gamboa, Mendaña, Gallego, Seixas Lobera; historiadores como Mariño de Lobera,  Remeal, Coruña, ¿y a qué seguir?, si no hay trozo de tierra americana, que no haya sentido la benéfica influencia de nuestros hombres.

Y por último, corría por las venas de ilustres próceres como Páez, Pardo, Barros, Estrada Palma, y ya es hora de decirlo, incluso del libertador Simón Bolívar, sangre gallega, y lo mismo que en otros lugares del mundo, su causa emancipadora tuvieron en gentes gallegas tenaces luchadores.

¿Qué más se podría citar en honor de la obra gallega en América?


APORTACIÓN GALLEGA A LAS LIBERTADES ARGENTINAS


Hablemos ahora de lo que constituye el nervio central de este modesto trabajo.

Quien haya meditado un poco sobre el devenir existencial de Galicia, y haya detenido su examen en cada uno de los factores esenciales que han ido modelando su personalidad a través del tiempo, llegará fatalmente a esta conclusión: la historia de Galicia es la historia de la libertad. Tesis imbatible que podríamos matizarla con la enumeración inacabable de numerosos ejemplos.

Desde aquellos tiempos ya milenarios en que nuestros antepasados contestaban a un intento de soborno de sus enemigos, que habían "heredado de sus padres el hierro para defender sus libertades y no el oro para corromperse", los gallegos han abrazado siempre la causa de la libertad. ¿Qué hubo alguna excepción? Evidentemente. Pero con las excepciones no se razona, ni se establecen conclusiones, como no sea para confirmar la regla general.

Unamuno sentenciaba al dar su visión de Galicia, que lo que más simbolizaba el temperamento galaico, era su emoción liberal, transida además por el gesto distintivo de la tolerancia. Aquí en Galicia todo se ha producido en liberal, y cuando la garra absolutista prendió en nuestras carnes, no encontró mansedumbre, sino insumisión y pelea. Y se no ahí está para probarlo, los millares de víctimas  con que ensangrentó el martirologio liberal de todos los tiempos. Acentuando más esta afirmación, se puede asegurar rotundamente que no ha habido una acción en ese sentido que no salpique la Historia de nombres gallegos.

Aquí todo movimiento liberal era netamente gallego, y cuando hubo alguna manifestación antiliberal, es que respondía a hábitos ajenos a nuestra idiosincrasia y a sentimientos impropios de nuestro emocionario civil; se habían impuesto por la prepotencia coercitiva sobre nuestro pensamiento y sobre nuestra voluntad.

Liberales por tradición y convicción; tuvimos cultura y política liberal propias, y fue tan fuerte y arraigado este ideario, que hizo liberales incluso a señeros representantes de la Iglesia y de la Milicia. Porque liberales fueron ese elenco de prelados que va de Idacio a Lago González, pasando por Gelmírez. Y cuando sufrimos algún báculo en forma de garrote, no faltó un Churruchao, una Mari Castaña o un pozo Maimón que pusiera fin a sus depredaciones. ¿Qué conciencia más liberal que la del benedictino orensano Feijóo, o la de aquel presbítero santiagués, Caamaño, que luchaba en Francia por la república frente al imperialismo napoleónico? Y por si fuera poco hasta hubo pronunciamientos militares a favor de la libertad, que tuvieron caudillos a los dos generales betanceros Quiroga y Villacampa. Muchísimos más ejemplos, capaces de saciar aún a los lectores más voraces, podríamos citar en favor de nuestro aserto, más en razón a la brevedad que exige este artículo, formulemos este interrogante: Si todo lo gallego es auténticamente liberal, ¿cómo extrañarnos de que los hijos de Galicia hayan contribuido a la independencia argentina? Si la historia de América "comienza por la libertad y llega al momento presente y se proyecta en el futuro siempre por la libertad y hacia la libertad", se explica perfectamente la participación de los gallegos en la lucha argentina por su Independencia.

Después de esta breve introducción, entremos de lleno a estudiar la contribución de nuestros compatriotas a dicha Independencia, aunque para ello tengamos que dejar sin referencia a todo ese período que va desde el viaje de Mendoza hasta el principio del siglo XIX, en que los gallegos tanto laboraron en pro de la civilización argentina, pero no es el caso detallar. Iniciaremos el tema partiendo de los inexcusables y necesarios prolegómenos de tan fausto acontecimiento.


LOS GALLEGOS EN LA RECONQUISTA Y DEFENSA DE BUENOS AIRES (1806-1807)

En mayo de 1931 la Comisión nacional argentina pro monumento a los héroes de la Reconquista y defensa de Buenos Aires, declaraba entre otras cosas lo que sigue:

"La reconquista de Buenos Aires, a modo de período circular, cierra virtualmente el ciclo de la regencia colonial e inicia "ipso facto", el gestativo de la nacionalidad, que ya se manifiesta en el magnífico y estupendo arranque que recupera de los aguerridos invasores de la ciudad, centro y baluarte de la entonces colonia española, en el Río de la Plata.

La gravitación natural de los acontecimientos universales que conmovieron la humanidad en la última y primera mitad de los siglos XVII y XVIII, respectivamente, vigorizó, en su hora, el sentimiento de independencia antes expresado.

La fundación de la patria sobre bases estables de soberanía fue idea nobilísima que obsedía los corazones patricios, y su vislumbre fue en los cerebros antorcha de fe que había de iluminar, pasados los cuatro años del movimiento reconquistador, el amplio panorama de la nueva nación.

El 12 de agosto de 1806 está, en suma, señalado en los fastos de la nacionalidad, y así lo reconoce el historicismo contemporáneo, como el punto de referencia de inspiración libertaria que subrayó el pueblo en la mañana del 25 de mayo de 1810".

Queda pues taxativamente reconocido, la influencia que esta gesta heroica tuvo en los sucesos que habían de determinar la Independencia argentina.

Como es sabido los hijos de Galicia tuvieron una participación casi decisiva en la expulsión de los ingleses de este país. Ellos constituyeron su famoso e inmortal Tercio de Gallegos, que como se sabe, fue "el más importante de los cuerpos cívicos de Buenos Aires, después del constituido por los Patricios". El Tercio debía estar constituido por 9 compañías, una de ellas de granaderos y las restantes de fusileros, llegando a estar formado por más de 600 hombres, mandados por el coronel de ingenieros Pedro Antonio Cerviño Núñez. Consta también y así lo declara el propio Cerviño, que más de 1500 gallegos luchaban fuera del "Tercio", en otros cuerpos constituidos al mismo objeto, y que alcanzaron los grados de honor militar más distinguido.

Como ya dijimos mandaba el "Tercio", el coronel Cerviño, eminente gallego, polígrafo ilustre, que se ha distinguido en el cultivo de las más diversas disciplinas científicas, y que se le señala por los historiadores argentinos como una de las personalidades más excelsas que pasaron por este país. Demostraba con esta actitud, Cerviño, que la ciencia también tiene sus exigencias, y que cuando la libertad de un pueblo está en peligro, también los científicos saben poner su vida en su defensa y sostenimiento.

El nombramiento de sus mandos se hizo democráticamente, por elección de sus miembros, con lo que venía a revalidar una vez más, cuán sensibles son los gallegos en el escrupuloso ejercicio de la democracia. Y aún se dieron casos de mayor singularidad y relieve. Se comprometen en el acta de constitución del "Tercio", a que muchos de sus componentes, "viven de su trabajo personal, y que cuando tomen las armas les cesa toda agencia, en este caso se les asistirá con sueldo y ración cuando salgan a campaña, y los pudientes se les obligan a servir sin sueldo ni otra cosa, que municiones de Boca y guerra y pertrechos que necesiten para defensa de estos dominios", y finalmente establecía: "Que en consideración a que los individuos de que se compone este cuerpo, se prestan voluntariamente a defender los sagrados derechos arriba mencionados, y en la de que por atender a ellos, abandonan todas las agencias y negocios que les proporcionan la subsistencia de su familia, se ha de inscribir sus nombres en un libro que se depositará en el Archivo del Ilustre Cabildo, para que en todo tiempo, conste, y se sepa quiénes fueron los que tan generosamente se alistaron para los expresados fines". Existía en el "Tercio" otra conmovedora particularidad, que Cerviño consigna así: "En este Tercio ser ven con particular extrañeza hombres de más de setenta mil pesos de caudal, sujetos voluntariamente a un pobre Labrador que se juzgó más apto. Camarada raro hay en él, que ha podido suplir Treinta mil pesos para las urgencias del Excmo. Cabildo, pero la unión y firmeza del Tercio, no eran prendas vendibles, y los Gallegos acaudalados echaron lexos de si las vanas ideas con que de ordinario lisonjea la accidental riqueza para dexar libre el debido lugar a las sólidas atenciones del Patriotismo: esto fue en suma tener en nada los haberes, comparados con la salud de la Patria, el honor de su provincia, y el decoro del cuerpo creado a su nombre. Con semejantes principios, ¿quién dudaría ya de las glorias del éxito?". ¡Magnífica lección de patriótica galleguidad, que quisiéramos ver renovada en nuestros días!

Fue Cerviño pues, el comandante principal del "Tercio". Para segundo comandante fue elegido el ferrolano José Fernández de Castro, que había de dar a la causa de la Independencia argentina a su hijo José, brillante teniente de Granaderos del general San Martín, regimiento que al decir de Mitre, fue de los más gloriosos de la guerra de emancipación nacional. Para el mando  de la compañía de granaderos fue designado el coruñés Jacobo Adrián Varela, que también dio  a la Argentina hijos tan ilustres como el poeta Juan Cruz y el mártir de su libertad, Florencio, asesinado en Montevideo por los esbirros de Rosas. La primera de fusileros la mandó Agustín González Miguens, que murió a consecuencia de las graves heridas sufridas en el combate, siendo sustituido por Luis Rañal. La segunda compañía estuvo al mando del capitán Francisco T. Pereira, reemplazado más tarde por el teniente Manuel Gil. La tercera estaba bajo la jefatura de Juan Sánchez Boado, personaje notable del que hablaremos más adelante. Mandaban  las restantes compañías Ramón López, Bernardo Pampillo, Lorenzo Santabaya y J. Antonio Blades. En la sexta compañía hacía sus primeras armas, un joven, hijo de gallegos, con el grado de teniente, obligado a retirarse de la campaña por una peligrosa enfermedad contraída en la acción de Barracas.

Aquel joven capitán, leal a su estirpe gallega, había de ser muy pocos años después, el primer presidente de la República Argentina: Bernardino Rivadavia.
No vamos a pormenorizar la actuación de nuestro Tercio en estas luchas. Abundante bibliografía hay para los que quieran  enterarse de su epopeya, pero deberemos destacar algunas de sus acciones bélicas.

Tomaron distinguida y decisiva participación en los combates del Retiro, en torno al convento de Santo Domingo, plaza de la Victoria, Corrales del Miserere, Riachuelo, etc., etc. Al capitular el general inglés Crawford entregó su espada al gallego Pampillo, y de algunos de nuestros héroes se dijo lacónicamente en los partes enviados al Cabildo que "desempeñó cuanto se puso a su cuidado y cumplió como buen gallego". Terminada la pelea, que arrojaba el triste balance de la pérdida de 22 vidas y más de 20 heridos, Cerviño escribía estas líneas de hondo patriotismo galaico: "Los honrados vecinos volvieron a colgar las armas y recrear a sus consortes con la relación del hecho, que tomarían sus hijos de memoria. Los gallegos creían ver en ellas la imagen de María Pita y en sus niños la descendencia de Nuño Alfonso".

Este Tercio fue elogiado debidamente, por quien tenía más autoridad para hacerlo a la sazón, que era Santiago Liniers, y como cosa curiosa añadiremos que el Ilustrísimo Cabildo de Buenos Aires en sesión del día 19 de octubre de 1808, tomaba el acuerdo de regalar al "Tercio de gallegos" para su uso, una gaita escocesa, queriendo demostrarle de este modo "el distinguido aprecio que le merecían sus patrióticos sacrificios". El instrumento había sido apresado a los ingleses como uno de sus trofeos, y se le donaba al "Tercio", por "considerarla casi como un instrumento provincial de Galicia, y como tal un obsequio agradable a los individuos de dicho "Tercio".

Muchos gallegos distinguidos formaron parte del Tercio, como oficiales, clases o como simples soldados, otros participaron en otros cuerpos militares, y fueron bastantes los que por su edad y salud no pudiendo participar con las armas, aportaron su peculio o su aliento.
Entre los gallegos destacados del Tercio, no citados, deberemos nombrar al Dr. Melchor Fernández Ramos, sacerdote y catedrático de Filosofía del ilustre Colegio de San Carlos, que ejerció las funciones de Capellán del Tercio; al Dr. Manuel Antonio Casal de Anido, prestigioso cirujano del Tercio; a Pablo Villarino y Pieyra, que fue su Comisario de víveres; al oficial Andrés Domínguez Durán, miembro conspicuo del Consistorio municipal; al oficial José Díaz Edrosa, que luego se había de distinguir en la guerra de la Independencia; a José María Lorenzo, en idénticas actividades que Edrosa; a Juan Carlos O'Donnel Figueroa, cabo de la Tercera Compañía y Catedrático de Matemáticas en la Universidad de Córdoba; al teniente Francisco Neyra y Arellano, Caballero Regidor del Cabildo de Buenos Aires; a Pedro Baliño de Laya, teniente de la sexta compañía y miembro del Cabildo abierto de  Mayo; a Francisco Bermúdez, soldado del Tercio y teniente coronel del ejército de San Martín; Juan Pardo de Cela y Vidal, simple soldado del Tercio, que llegó al grado de general de brigada en el ejército libertador argentino; a José Manuel Sánchez de Alonso, soldado del Tercio y autor teatral de exacerbada adhesión a la causa argentina; y así seguiríamos citando nombres hasta hacer fatigosa la lista, que cerramos con otro bravo oficial del Tercio, José Pazos, que había sido ayudante del general Elío, y que después de batirse en el Uruguay contra los ingleses, murió a consecuencia de las heridas sufridas en la defensa de Buenos Aires.

Y para terminar en lo que al Tercio se refiere, señalemos estas dos notas interesantes por el sustancioso sabor galaico que tienen. Es la una, la que se refiere a la fundación del Tercio, en la que para atender a sus urgencias monetarias, contribuyeron espontáneamente, dando así una simpática nota de solidaridad galleguista, con sus caudales, gallegos residentes en Chile, Paraguay, Lima, Tucumán, Córdoba, Cochabamba y otros lugares. En la otra nota, poco divulgada por cierto, que entre los poemas escritos a cantar la defensa de Buenos Aires, hay que colocar al lado de los poetas argentinos López y Planes y Belgrano, el que desde Galicia compuso el sacerdote liberal gallego Manuel Pardo de Andrade.

Digamos para completar este capítulo, que gallegos hubo en los otros cuerpos que sobresalieron brillantemente en la lucha. Recordemos entre otros a Benito Chain Fernández, que llegó a teniente coronel y a gobernador militar de la plaza de Paysandú, y que en la pelea contra los ingleses destrozó su sable, mereciendo que el Cabildo le obsequiase con una espada de guarnición toledana y empuñadura de oro, por su singular heroísmo. También merece mención especial Benito González Ribadavia y Sarmiento, primo carnal de héroe argentino, y que se distinguió como capitán del Escuadrón de Húsares Cazadores en la lucha contra el invasor.

Otros muchos guerreros gallegos tomaron parte en estas luchas, pero como habremos de hablar de ellos, al citar los que con las armas en la mano defendieron la Independencia argentina, los dejamos para el capítulo correspondiente.
Solamente debemos recordar que al cumplirse el sesquicentenario de la defensa de Buenos Aires, coincidente con el cincuentenario de la fundación de nuestro Centro Gallego, propuse desde la importante y en mala hora desaparecida revista "Galicia Emigrante", que la mejor manera de solemnizar tan feliz efemérides, debíamos los gallegos por suscripción popular, encabezada y patrocinada por el Centro, erigir en lugar público de Buenos Aires, un monumento a aquellos denodados gallegos que pelearon gloriosamente por la defensa de esta Capital. Ratificamos el pedido y ahí queda en pie, por si todavía alienta en los pechos de nuestros directivos, el sagrado afán de honrar a quienes han hecho obra que dignifica y honra el nombre sacrosanto de Galicia.


LOS GALLEGOS EN LA LUCHA POR LA INDEPENDENCIA ARGENTINA

En la lucha por la Independencia Argentina, los gallegos actuaron lo mismo en  el orden civil que en el militar; lo mismo se oyó su grito emancipador en el foro, que empuñó las armas en el combate. Y es que los gallegos, liberales al fin, siguiendo su vieja tradición, volcaban en aquella empresa redentora lo mejor de su espíritu y de su acción. Conocedores de la catadura moral del miserable monarca español y de las felonías que de su abyección podían esperarse, dispuestos además a abrazar cualquier causa en defensa de la libertad, sabedores de la vitalidad nacional del país que ya alumbraba el ser argentino con radiantes fulgores su destino futuro, y comprendiendo que en puridad, la lucha que se iniciaba era profunda colisión entre la libertad y el despotismo, se lanzaron sin regateos en favor de la emancipación argentina.

Veamos pues, cómo los gallegos contribuyeron a la gesta libertaria argentina, empezando por señalar la posición de algunos de ellos en el ademán genitor de la independencia en el Cabildo abierto del 25 de mayo de 1810, citando a la vez otras muchas contribuciones de carácter civil, para terminar fijando la contribución eficaz en el orden militar de muchos de nuestros compatriotas.

Son múltiples las causas que se señalan por historiadores y sociólogos, como el germen provocador de la Revolución de Mayo, mas no vamos a entrar en esa vieja controversia, porque no puede ser ese objeto de nuestro trabajo ni lo necesitamos como elemento constructivo de nuestra aportación. Lo cierto es, que los sucesos tienen su inicio en la reunión del Cabildo del día 22. Asistieron a dicha Asamblea 251 personas de las 450 convocadas, pertenecientes todas ellas "a la parte más sana de la ciudad". Según las referencias más responsables, la sesión se abrió con la lectura de una proclama, por el escribano Núñez.

"Habló el obispo Lue; le respondió enérgicamente Castelli. Intervino Leiva con ánimo de encauzar el debate, proponiendo la cuestión de si se consideraba haber caducado o no el gobierno supremo de España. El fiscal Villota habló de los cabildos del interior, pues no podía encerrarse la soberanía de todos los pueblos del virreinato en un solo municipio". Era ésta una situación difícil para la causa argentina que incipientemente empezaba a manifestarse, pero este momento crucial necesitaba de un valedor egregio que pudiera superarlo, y éste fue el insigne profesor y jurisconsulto Juan José Pazos, más conocido por una corrupción del apellido por Paso, de reconocida ascendencia gallega. Pero dejemos al notable historiador argentino Dr. León Suárez, que nos dejó una emotiva reseña de aquel suceso, que sea el quien la narre. Hela aquí: "Cuando el doctor Juan José Castelli se pone de pie para contestar al obispo Lue y empieza trémulo, emocionado y vacilante a formular, por la primera vez en Sur América, la teoría de la soberanía del pueblo como origen  del poder, cava los cimientos de nuestra nacionalidad, y cuando Juan José Paso, en el fondo de la augusta sala, sentado en un escaño, se yergue embarazosamente a las súplicas angustiosas de Escalada y de Rodríguez Peña, que ven el auditorio dominado por la hábil argumentación del fiscal Villota, y empieza aquel magistral discurso, que fue el más grande de su vida, en medio de un silencio sepulcral, ante la mirada atónita de Rivadavia, de Moreno, de Castelli, y de Belgrano, que sin verle la cara adivinaban el gesto y le sentían elevarse y arrastrar el alma de la asamblea desde el ras de la tierra hasta las alturas inaccesibles de la elocuencia y del genio, iluminado por la conciencia divida de un inmenso destino, Paso, digo, completa la fórmula fundamental de Castelli sosteniendo no sólo la soberanía del pueblo, sin la forma de su ejercicio por medio de la representación libre y honradamente elegida por los pueblos". En términos muy parecidos refiere tal actuación de Pazos, el historiador Mitre.

"Pocos eran los que se manifestaban dispuestos a cumplir el consejo de no innovar; acaso cuatro o cinco. Cuando se comenzó a votar se vio. Se vio, asimismo, que no existía acuerdo acerca de la forma de gobierno que debía adoptarse; lo fundamental aquel día fue votar en pro o en contra del virrey, o sea, por la continuación o el cese del gobierno peninsular. La mayoría (158 votos contra 64), aceptó la premisa de "la España ha caducado". Las suerte estaba echada, y ya no había de volverse atrás y las resoluciones habían de ir cada vez más adelante, hasta la independencia total".

El primero en votar, por supuesto favorable al virrey, fue el obispo Lue; el segundo, contrario al virrey, fue el general español Pascual Ruiz Huidobre, que aunque había traído la representación de la Junta Suprema del Reino de Galicia, había nacido en la ciudad andaluza de Cádiz; y el tercero fue Cornelio Saavedra, de lejana oriundez gallega, de la misma rama que procedía el magnífico gobernador Hernandarias de Saavedra, y más tarde el Premio Nobel argentino de la Paz, Saavedra Lamas, bisnieto de gallego también por la línea materna. Cornelio Saavedra, autor de la fórmula de su nombre, y opuesto a la continuidad del virrey, arrastró consigo a la mayoría de los asistentes.

El primer gallego que votó por la deposición de la autoridad virreinal fue Fr. Manuel Albariño, nacido en Neda, Ferrol en 1763. Profesor de Teología y Prior del convento dominicano, que por su fervorosa adhesión a la causa argentina, fue designado Capellán de la columna que al mando del coronel Ortiz de Ocampo, marchaba en auxilio de las provincias interiores, en julio de aquel histórico año. A pesar de la exclaustración, permaneció en este país y aún vivió para combatir al tirano Rosas. El segundo gallego que se produce en idéntico sentido en el Cabildo, fue el Dr. José de Seide Fernández, natural de La Coruña, graduado en la Universidad de Salamanca, y que ejerció brillantemente su profesión de abogado en la capital bonaerense. El tercer votante en favor de la misma moción fue José Francisco Vidal del Sar, natural del ayuntamiento de Ames (Coruña), benefactor de la ciudad, y que tuvo señaladas actividades castrenses, especialmente en la lucha contra los ingleses en 1806. Es el padre del famoso general argentino José Celestino Vidal. También votaron en favor del Cabildo frente al Virrey, los gallegos ya citados el Dr. Melchor Fernández y Pedro Antonio Cerviño.
Fracasada en el orden político la consecución de la Independencia, y sometida irremisiblemente su conquista a la suerte de las armas, fueron muchísimos los gallegos que haciendo honor a su amor por la libertad coadyuvaron con la espada o con esfuerzos de toda índole, en favor de la causa nacional argentina.

Veamos quiénes entre otros, más se distinguieron y cuáles sus aportes personales, destacando solamente a aquellos que tuvieron una acción marcial más sobresaliente:

José Díaz Edrosa, luchó como segundo capitán de la goleta "Invencible" en la pequeña armada argentina que al mando de Azopardo se batió heroicamente en aguas de San Nicolás de los Arroyos en marzo de 1811 y en donde resultó herido en un brazo y en un ojo. José María Lorenzo Fernández, capitán del Regimiento Número 1 del Ejército del Perú; actuó brillantemente a las órdenes del general José Rondeau, por lo que Manuel Belgrado apoyó su instancia solicitando el título de ciudadano argentino, llegando a obtener el grado de coronel de caballería. Francisco Bermúdez, secundó el movimiento libertador desde su puesto de teniente del regimiento de América, cooperando a sofocar la insurrección del de Patricios, siendo herido gravemente de dos balazos, por lo que el Gobierno argentino de Chiclana, Sarratea, Paso y Rivadavia le ascendió a capitán; actúo también  en la toma de la plaza de Montevideo y en el ejército de los Andes con el general Arenales, distinguiéndose heroicamente en la resistencia que con Aldao hizo a los indios de Huancayo. Juan Pardo de Zela y Vidal, desde el cargo de subteniente del regimiento Nº 3, hasta  el de general de brigada, su carrera militar está esmaltada por los más lucidos hechos de armas; tomó parte destacada en las acciones del Desaguadero, Piedras, Tucumán, Salta, Vilcapugio y Ayohuma, siendo en esta última prisionero y encerrado en las sórdidas casamatas del Callao, de donde salió libre por canje, en que tomó parte directa San Martín, que tenía muchísimo interés en rescatarlo. Ya libre actuó hasta su muerte en el ejército libertador del Perú. Manuel Antonio Baz, actuó en el Cabildo en favor de la posición del gaditano Huidobro y por el establecimiento de la Junta Gubernativa revolucionaria, por lo que ésta le nombró ayudante del Estado Mayor Central. Francisco Castro Mosquera, después de actuar en la defensa de Buenos Aires en 1807, al producirse la revolución de Mayo, sirvió en las filas patriotas, tomando parte en el sitio y rendición de Montevideo y bajo las órdenes del general Carlos Alvear en la persecución de las tropas de Artigas; en las batallas de Chacabuco y Maipú, siendo ascendido a capitán por Pueyrredón. Inválido por resultas de la guerra, fue destinado al Estado Mayor Central. Francisco Javier Díaz Fernández, hermano del ilustre general gallego Antonio, que llegó a Ministro en Uruguay y como él nacido en La Coruña; desde que en diciembre de 1812 el Triunvirato argentino le nombró subteniente del regimiento de infantería Nº 4, hasta su ascenso a sargento mayor de artillería, fue su comportamiento castrense de lo más meritorio; tomó parte en el sitio y rendición de Montevideo, con San Martín en Mendoza, fortificando la ciudad de San Juan, Chacabuco, cerro Gavilán, Curapaligüe, Carapangue, Talcahuano, Cancha Rayada y Maipú, en donde fue ayudante del general González Balcarce, posteriormente actuó como marino en la escuadra que organizara Blanco Encalada (hijo de gallego) por encargo del gobierno de Chile, comandando la corbeta "Chacabuco", capturando dos fragatas españolas. Tuvo tres hijos que fueron miembros ilustres del ejército argentino, el general César, el teniente coronel Adriano y el alférez Félix. José Bernárdez Polledo, después de actuar en la Reconquista y defensa de Buenos Aires, a las órdenes de Pueyrredón, como teniente coronel en 1809, al producirse los sucesos de mayo de 1810, se adhirió entusiásticamente a la causa de los revolucionarios por lo que se le confirmó como capitán graduado de teniente coronel del referido Escuadrón. Entre las muchas acciones militares en que se distinguió figuran  su participación en la retirada de Belgrano a Tucumán, y en cuya batalla mandó eficazmente la caballería del ala izquierda, como asimismo en la de Salta, por lo que se le otorgó la efectividad de teniente coronel; en el avance triunfal hasta Potosí, cayendo prisionero en la batalla de Vilcapugio en 1813, siendo conducido a las Casas Matas de Chile, de donde se fugó cinco años después. Reconocidos sus servicios, el ministro de la Guerra, general Matías Irigoyen le ascendió a coronel, y cuando se preparaba para mandar un ejército expedicionario a los Andes, falleció víctima de las muchas penalidades que había sufrido. Juan Rodríguez Andrade, también hizo su bautismo de fuego contra los ingleses como sargento primero de artillería, y al sumarse al movimiento emancipador fue designado por la Junta, alférez del mismo Cuerpo y destinado a Santa Fe para instruir a la tropa de aquella guarnición para defensa de la plaza.

También colaboraron con el ejército de San Martín, aunque desde otras esferas que las estrictamente militares: el ya citado doctor Casal Asnido, prestó sus servicios como médico cirujano en el ejército de Ortiz Ocampo y en el de "la banda boreal de este Río", destinado para el cerro de Montevideo. Ángel Refojo Illanes, sirvió como Cirujano durante la guerra de la Independencia, primero en el Regimiento de Dragones y después en el Regimiento Nº 3. Antonio del Pino Casanova, fue designado por la Junta revolucionaria, Comisario de guerra del ejército que salió en socorro de las Provincias interiores y con él asistió a la derrota del Desaguadero, pasando luego a prestar sus servicios en el ejército de Belgrano, mereciendo los  más sinceros elogios de su general, desempeñando el mismo cargo con San Martín. Radicado en Jujuy al finalizar la contienda, ocupó importantes cargos de gobierno, contándose entre sus descendientes el presidente del Senado Nacional, doctor Antonio del Pino, y el Secretario de la Contaduría del Congreso Argentino, Andrés del Pino.

Entre otras valiosas colaboraciones gallegas a la lucha por la Independencia, que podrían contarse por centenares, siguiendo el criterio de no insertar más que las más importantes, nombraremos a Juan Sánchez Boado, que después de actuar valerosamente en el Tercio, es fama que intervino eficazmente para que Portugal reconociese la independencia de las Provincias del Río de la Plata, siendo la nación lusitana la primera en hacerlo en el mundo. Se destacaron entre sus hijos: Domingo, coronel del ejército argentino, Luis, abogado y diputado y su hija Doña Crescencia Sánchez Boado que fue la primera vicepresidenta de la filantrópica Sociedad de Beneficencia. José Manuel Sánchez de Alonso, después de servir en el "Tercio" con el grado de subteniente, abrazó la causa de Mayo con exacerbada pasión; aficionado a las letras, en las que no llegó a descollar jamás, compuso una obrita de teatro, muy floja, titulada "Arauco libre", que obtuvo éxito en su representación, porque aun cuando su trama es simple y sus versos muy malos, representaba la victoria del pueblo americano sobre la metrópoli. Manuel Palomares, que por su actuación distinguida en la Revolución, el Triunvirato le designó para dirigir el taller de la Maestranza de Artillería. Raimundo Rial, se sumó a la causa revolucionaria, aportando fondos de su pecunio para el sostenimiento del ejército y para auxiliar a las familias emigradas. Manuel de Amenedo Montenegro, cura y vicario de la villa de San Carlos, contribuyó con importantes donativos para el ejército libertador, por el cual sintió franca simpatía desde el primer momento de la Revolución de Mayo. Ramón de Ocampo, residente en Patagones, no sólo prestó muy eficaces servicios a la causa nacional argentina, sino que actuó valiente y decididamente en favor de este país cuando la guerra contra el Brasil. También se distinguieron por sus aportes de diversa índole en apoyo de la gesta libertadora, los gallegos Pedro Marote, Bartolomé Side, Bernardo Flores, Andrés Trasmonte, Juan F. Pensado, Victorio Reinoso Méndez, Manuel Santiago Obella, José Castro Airas de la Torre, y otros muchos que sería penoso enumerar. Cerremos esta lista de gallegos colaboradores de la revolución, citando a una mujer gallega, Isabel Torreiro Agreda, que presa de frenesí revolucionario, llegó a ser una de las denunciantes del movimiento contrarrevolucionario de Alzaga, dando lugar con su  denuncia, en la que también tomó parte la porteña Valentina Benigna Feijóo, hija de gallego, a que se tomaran las oportunas providencias para su abortamiento. Estos son los nombres gallegos más distinguidos en las páginas de la Historia de la emancipación argentina.

Debemos también hacer constar aquí, que aquella insurrección de las tropas españolas en Cabezas de San Juan, pronunciándose en favor de la Constitución y negándose a embarcar con destino a América a sofocar el levantamiento hispano-americano en favor de su Independencia, tuvo por caudillo a un ilustre general gallego: Antonio Quiroga Hermida. Sabido también es, la decisiva influencia que tuvo esta sublevación en el éxito de la emancipación americana, pues de haber venido  a este Continente, no cabe duda que la liberación de estos pueblos se hubiera retrasado algunos años. Quede constancia de este valeroso y liberal militar gallego, que por nuestra incuria patriótica ha quedado oscurecido, para dejar solamente fijo el nombre de su compañero de armas y de pronunciamiento, Rafael de Riego.


LA ESTIRPE GALLEGA EN LA GESTA EMANCIPADORA DE LA ARGENTINA

Después de este esquema histórico de la contribución de los gallegos a la Independencia Argentina, cumple señalarse la otra contribución, la más noble, generosa y ubérrima que los hombres pueden dar en este mundo: la de sus hijos. Muchos ya incorporados al quehacer cotidiano de las grandes tareas que va forjando el destino esperanzado de este inmenso país. Pero entre todos ellos, es obligado en esta rememoración de su libertad a aquellos que llevaban sangre gallega en sus venas, y que hicieron honor a nuestra rancia prosapia liberal, poniendo los primeros hitos que jalonaron la lucha por su honor y libertad nacionales.

Una vez dijo Unamuno estas bellas y maravillosas palabras: "Yo no puedo legar a mis hijos el legado espiritual que de mis padres y abuelos españoles recibí como se lega una gran herencia de dinero, acrecentada con la usura, con malos negocios; yo tengo que legárselo acrecentado con pedazos de mi corazón". Los gallegos han enseñado a sus hijos el camino de la libertad para redimirse y en el peor de los casos les dotaron de la instrucción necesaria para que al llegar momentos propicios como el de Mayo de 1810, saber elegir el glorioso camino. La ley de la sangre tiene más fuerza y más vivos imperativos de lo que se imagina. La nacionalidad puede ser accidental, pero la herencia tiene energía vital, y por ella se llega muchas veces a resoluciones que la sola nacionalidad no descubre ni demanda. Sin forzados escorzos patrioteros, no es difícil percibir en el gesto romántico de los liberales argentinos de la primera hora, la continuidad del espíritu de sus ascendientes. Hay  como una genealogía espiritual, latente y fecunda, que está delatando una galleguidad pletórica, que si no tiene su fundamento en su nacionalidad jurídica, lo tiene en cambio muy claro y muy recio, en el gesto, en la psicología y en el genio, de estos magníficos galaico-argentinos de su Patria y de su República.

Enumeremos ahora a aquellos argentinos de ascendencia gallega que actuaron en su gesta emancipadora. Como verá nuestro lector, sin ellos sería imposible narrar la historia de este país con la grandeza y la gloria que ellos le regalaron en un ademán de magnanimidad patriótica, digna de imitar por todos los hombres de la tierra. Si los gallegos empeñados en la lucha de liberación de nuestra tierra del nefando centralismo tiránico que le ahoga sus mejores calidades espirituales y sus mejores ambiciones cívicas, tomásemos el ejemplo de estos patricios inmortales, imitándolos en sus virtudes, en su pureza de ideales y en el sacrificio de su conducta, Galicia podría no muy tarde entonar la alborada de su libertad.

Abramos esta galería de inmortales galaico-argentinos, con quienes iniciaron la epopeya de su resurgir nacional. Aparte de Cornelio de Saavedra, ya citado, ahí van estos cuatro nombres, que lo dicen todo, y que sería imposible encerrar en pocas líneas su vida y su obra ejemplares: Paso, Castelli, Rivadavia y Monteagudo. El primero y el segundo artífices de la revolución decisiva del Cabildo de Mayo; el segundo el "héroe civil" por excelencia y el cuarto el gran doctrinario de su pensamiento revolucionario. Paso y Rivadavia, hijos de gallegos, Castelli, perteneciente por su madre a la familia gallega de los Villarino, y Monteagudo por su padre, natural de Caldas de Reis, están señalando las raíces biológicas de su temperamento y de su pasión creadora.

Sigamos citando nombres, y para no incurrir en una relación que pudiera establecer una tabla de valores por orden de merecimientos acudiremos al ordenamiento alfabético, adelantando de antemano, sea dicho sin petulancia, pero sí con orgullo, que ningún otro país podrá presentar un índice onomástico de próceres como el que nosotros podemos exhibir.

AGRELO MOREIRA (Pedro José).  Hijo del distinguido escribano gallego Inocencio Antonio Agrelo; después de  tomar parte en el movimiento revolucionario de Mayo, fue miembro de la Asamblea Constituyente de 1813 y redactor de la Constitución de 1822 de Entre Ríos. Luchó contra Rosas y murió expatriado en Montevideo.

ALBARIÑO (Domingo y José Antonio). El primero teniente coronel del ejército de San Martín, después de varias acciones militares, cayó prisionero y conducido al Callao, de donde consiguió sacarlo el Libertador mediante canje; estaba en posesión del collar de Yuraicoragua, primera condecoración concedida a los guerreros de la Independencia. El segundo, coronel, actuó con Lavalle, siendo nombrado por éste jefe de la famosa "Legión Argentina" que se había de cubrir de gloria en aquellas campañas, siendo uno de los héroes de la defensa de Montevideo cuando el ataque del general Oribe.

ÁLVAREZ THOMAS (Ignacio). Hijo de brigadier gallego Álvarez Ximénez; general del ejército argentino, desempeñó elevados cargos diplomáticos, formó parte del directorio de las Provincias del Río de la Plata, y fue perseguido por Rosas.

BLANCO ENCALADA (Manuel). Ilustre marino que organizó la escuadra chilena, de cuyo país fue ministro y vicepresidente; San Martín tuvo en él uno de sus más eficaces colaboradores.

CAXARAVILLE (Miguel). Coronel que se distinguió principalmente en la acción chilena de Parral, mereciendo los elogios más calurosos de San Martín.

CONDE GADEA (Pedro). Como el anterior fue coronel del ejército argentino a los 36 años de edad, por su ardoroso comportamiento en la lucha por la Independencia.

DARRAGUEIRA (José). Fue uno de los escritores que con su pluma sirvió más eficazmente los intereses de la revolución.

FERNÁNDEZ DE LA CRUZ (Francisco). General, que se glorificó en la batalla de Cerrito, en la campaña del Alto Perú y fue herido en Sipe-Sipe. De él dijo Rivadavia, que sólo el saberle puesto al frente del Ejército bastaba para su gloria.

GÁNDARA (Leonardo Domingo). Hacendado, político y militar, que después de contribuir muy eficazmente por la causa, tuvo que emigrar por su oposición a Rosas.

GARCÍA FERREYRA (Manuel José). Consejero de Estado en 1812, ministro de Hacienda de Buenos Aires en 1821, de Gobierno y Relaciones Exteriores de 1827 al 1833; ministro plenipotenciario ante el Brasil, le correspondió firmar el Tratado de paz entre los dos países.

GÓNZÁLEZ ESPECHO (José Gregorio). Coronel de la Guerra de la Independencia, teniente gobernador de La Rioja, vocal de la Junta provisoria de Catamarca, etc.

LISTA (Ramón). Coronel, tomo parte en la guerra contra los realistas y el Imperio del Brasil, contribuyendo a la caída de Rosas. A su familia pertenece el famoso explorador argentino Ramón Lista.

MAGÁN (Escolástico Ramón). Sargento Mayor en el ejército de San Martín con el que cruzó los Andes y se distinguió en la batalla de Maipú.

MOLES FERNÁNDEZ DE LORIA (José). Coronel, tomó parte en la batalla de Tucumán como ayudante de Belgrano; fue gobernador de Mendoza y ocupó otros importantes cargos.

PAZ (José María). El más ilustre estratega del ejército argentino y uno de los mejores del mundo; participó en la guerra de la Independencia y quedó manco en un combate en el Alto Perú, hizo la campaña del Brasil y se distinguió tanto en Ituzaingó que fue ascendido a general. Luchó contra Rosas, venciendo a Bustos y a Quiroga el famoso Tigre de los Llanos (también de origen gallego), cayendo prisionero de Estanislao López, permaneciendo prisionero en Luján por espacio de 8 años; pasó a Corrientes y acaudilló las fuerzas contrarias a Rosas y luego dirigió la defensa de Montevideo contra Oribe; vuelto a Buenos Aires a la caída de Rosas, todavía organizó la defensa de la capital contra las fuerzas de la Confederación.

PEREYRA (Luis José). Intervino en casi todas las campañas de San Martín, distinguiéndose especialmente en el combate de San Lorenzo; incorporose después al ejército de Chile y dirigió la Academia Militar de Santiago. De éste desciende la familia Pereyra Iraola.

ROSALES (Leonardo). El más ilustre marino de la Armada Argentina, distinguiéndose en la escuadra de Brown, héroe de muchas batallas, especialmente en las que se dieron durante la guerra con el Brasil. Opositor a Rosas tuvo que emigrar a Uruguay, en donde falleció, pobre y olvidado.

SÁENZ (Antonio). Sacerdote, abogado y catedrático, redactor del Estatuto, miembro del Congreso de Tucumán que declaró la Independencia Argentina en 1816, y el que redactó el manifiesto de aquel Congreso al pueblo. Iniciador de la Universidad de Buenos Aires, al fundarse en 1822, fue su primer Rector.

SAR Y ARROYO (Francisco José). Fue uno de los principales consejeros de Rivadavia y fundó la Sociedad de Beneficencia, cuyo reglamento redactó.

VIEYTES (Hipólito). Reemplazó a Mariano Moreno en la secretaría de Gobierno y Guerra; desempeñó importantes misiones en la administración nacional y fundó el famoso "Semanario de Agricultura, Industria y Comercio" en el que bregó entre otras cosas por la libertad de comercio.

VIDAL (Celestino). Sirvió a las órdenes del general Belgrano, obteniendo el grado de general y siendo elegido diputado.

VILELA (José María). Peleó a favor de la Independencia Argentina y finalmente contra la tiranía de Rosas; fue hecho prisionero y mandado ejecutar por orden del general Oribe, en Tucumán.

Muchos más gallegos o hijos de gallegos podríamos citar, pero caen fuera del período que comprende la revolución nacional, tal ocurre con ese grupo brillantísimo de prohombres que están enmarcados en esos dos nombres llenos de luz, de reciedumbre y de grandeza, que son Domingo Faustino Sarmiento y Leandro N. Alem, solamente queremos llamar la atención sobre este hecho, que son rarísimos los apellidos gallegos colaboracionistas en las épocas de tiranía y de corrupción que sufrió el país. Adrede señalamos con ejemplar reiteración el hecho de que nuestros argentinos de ascendencia gallega, lo mismo participaron en la lucha emancipadora que después contra el despotismo de Rosas. Esa es la mejor manera de ser leales a la fidelidad gallega y a los ideales de libertad y de justicia. También en la Península, los mismos que lucharon contra el invasor francés, lucharon después contra el absolutismo de Fernando VII.

Y para terminar, digamos que esta breve pero veraz historia de la contribución de nuestra estirpe galaica a la Independencia Argentina, nos ha unido para siempre a los altos destinos históricos de este pueblo, hecho con la voluntad y el genio de los gallegos y magnificado con el heroísmo y l

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