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 JUAN FERNÁNDEZ LATORRE (1958)

En el pasado mes de abril, coincidiendo con la inauguración del nuevo edificio para el diario “La Voz de Galicia” de La Coruña, se descubrió un busto de su fundador, Fernández Latorre en los jardines Méndez Núñez de aquella capital.

Los pueblos no siempre agradecidos a sus benefactores y no siempre devotos de sus grandes hombres, cumplen de tarde en tarde con el requisito póstumo de tributarles algún recuerdo, en forma de lápida o monumento. Si además se consigue inculcar en las mentes de las generaciones siguientes, lo que representaron y valieron, algo por lo menos se ha conseguido.


Nació Latorre en La Coruña el 8 de octubre de 1848. Es el ejemplo del típico autodidacto, que a fuerza de perseverancia, estudio y capacidad de trabajo, logra triunfar plenamente; sin caer en lo que otros muchos caen: en el estruendo o la pedantería, casi siempre, signos inequívocos de su incompleta y escasa preparación o de una pésima asimilación intelectual.

Latorre, inició muy tempranamente sus actividades periodísticas, tareas que con las actividades políticas habían de absorber casi toda su vida. Siendo sargento de artillería, por escribir unos artículos que sus superiores estimaron punibles tuvo que comparecer ante un Consejo de Guerra que le sancionó con un duro arresto. Otras muchas persecuciones sufrió, llegando a ser condenado a la última pena, de la que se pudo librar huyendo al extranjero.

Militante en el partido republicano, cuando apenas había cumplido los 25 años fue elegido diputado por el distrito catalán de Granollers, al proclamarse la primera República. En esta ocasión fue invitado a reingresar en el ejército con el grado de capitán, que Latorre rehusó con estas famosas y ejemplares palabras: “No, no puede ser. El militar que una vez falta a sus deberes, puede serlo todo con honor político, abogado, médico, industrial, comerciante, servir toda clase de cargos del Estado, todo lo puede ser con honor; militar jamás”. Y en esta posición se mantuvo siempre inflexiblemente.

Corresponsal en París del diario madrileño “El Imparcial”, fundado por el ilustre gallego Eduardo Gasset y Artime, mandó exquisitas crónicas, más su grande ilusión era fundar un gran diario en Galicia, a donde se trasladó en 1880 con tal objeto. Intentolo primero en Lugo, sin conseguirlo, y dos años después en su ciudad natal sacaba el primer número de “La Voz de Galicia” el 2 de enero de 1882, que se sigue publicando en nuestros días, siendo uno de los pocos viejos diarios gallegos que resistieron las penosas asechanzas del tiempo. En este periódico hicieron sus armas muchas de las más ilustres plumas de Galicia, y en él, el propio Latorre sostuvo enérgicas y justas campañas en defensa de los intereses de su Tierra, durante largos años, dictando normas y señalando iniciativas, que se vieron muchas de ellas cumplidas en la realidad. Por su tesón, por su claridad y limpieza en sus demandas, así como por su fervorosa galleguidad, pudo decir Alfredo Brañas que “Latorre con su Voz, dio normas a la Prensa de Galicia”.

Lo mismo desde su periódico, que como diputado provincial por La Coruña, se destacó entre otras cosas por su amor a la cultura y su protección a los artistas. “No hay que olvidar que cuando es nombrado diputado provincial –escribe su rendido admirador Juan Naya-, a su propuesta se crean pensiones, bolsas de viaje, subvenciones a entidades, etc. Y los pintores locales pueden conocer nuevos horizontes gracias a la ayuda del generoso coruñés. Aserto es éste que no hacemos ligeramente; cónstanos por cartas de Fernández Latorre del epistolario del patriarca de las letras gallegas, Murguía, que poseemos”.

Entre los pintores que más le deben, figuran los coruñeses Román Navarro y Fernando Cortés Bugía.

Al ingresar en la política representada por el estadista gallego Montero Ríos, fue elegido diputado a Cortes por el distrito de Ortigueira en 1891, que representó ininterrumpidamente hasta 1910. Su labor fue intensa y provechosa, debiéndole a su actuación importantísimos beneficios de carácter público, como las carreteras de Cedeira a Ferrol y Sta. María, la de Cuíña a las Puentes, la de Espiñacedo; las obras de los puertos de Cariño, Vares, El Barquero; el grupo escolar de Ortigueira, etc, etc. En 1911 fue elegido con doble acta, representando a Ortigueira y a La Coruña, debiéndole su ciudad natal grandes mejoras, como entre otras, el adoquinado de varias calles, la carretera de circunvalación, el Sanatorio marítimo de Oza, la reforma interior de la Torre de Hércules, las reformas de los dos Puentes, el del Burgo y el del Pasaje, etc.

Son notables sobre todo, sus magníficas intervenciones parlamentarias sobre la “Ley de comunicaciones marítimas y creación del impuesto de tonelaje”, en que por defender brillantemente los intereses portuarios de Galicia, fueron sus discursos impresos en La Coruña en 1909, costeada su edición por la Diputación provincial de esa capital.

Latorre desempeñó otros cargos políticos de gran relieve, fue Subsecretario de Gobernación en los dos gabinetes presididos por los célebres políticos gallegos Montero Ríos y Canalejas; fue Director general de Obras Públicas, desde cuyo cargo hizo tan provechosa labor a favor de su tierra natal, mereciendo por ello que en Febrero de 1907, La Coruña agradecida le hiciese objeto de un homenaje tan extraordinario, que participaron en él hasta sus adversarios políticos.

Hacía dos años que desempeñaba el Gobierno Civil de Madrid, cuando le sorprendió allí la muerte el 15 de marzo de 1912. Su labor en este puesto fue de las más eficaces para la capital de España, citándose aún hoy como uno de los más esclarecidos gobernantes que tuvo la Corte. Sus gestiones a favor de la abolición de la mendicidad, de la represión de la mortalidad infantil, la creación de un asilo nocturno, así como otras medidas le granjearon la más notoria popularidad y prestigio. Sus restos fueron trasladados a su ciudad natal, donde recibieron sepultura, siendo lo mismo en Madrid que en La Coruña las multitudes que acompañaron a su cadáver, verdaderamente impresionantes. A su muerte los periódicos le dedicaron los más exaltados elogios, entre los cuales tomamos lo que el periódico “El País” de Madrid, de ideología republicana, a la que Latorre había abandonado, decía: “Nos abandonó el Sr. Fernández Latorre; pero no fue de esos apóstatas o resellados que, al cambiar de casaca, como se decía antes, cambian por completo, no sólo de ideas, sino de sentimientos, y odian cuanto antes amaron. No, el Sr. Latorre siguió siendo liberal y demócrata dentro de la Monarquía, y no persiguió ni escarneció, ni negó a sus antiguos amigos. Al hijo de unos de los mejores que tuvo en vida, del inolvidable D. Estanislao Figueras, lo tenía a su lado como secretario particular. Era correctísimo en su trato, y como político no deja tras de sí un odio, ni un recuerdo que ofenda su memoria”. ¡Admirable epitafio!, que bien quisiéramos que a todos los políticos se le tributase en la hora de su fatal tránsito.

Latorre había merecido por sus claros merecimientos la condecoración de Isabel la Católica Bélgica le había otorgado la cruz de Leopoldo; Portugal la de Villaviciosa y Francia con la de Oficial de la Legión de Honor.

Diremos finalmente que como prueba de su limpia y recia galleguidad, fue con el llorado Martínez Salazar, fundador de la ilustre “Biblioteca Gallega”, que llegó a publicar 52 volúmenes, en la que colaboraron los más excelsos escritores gallegos de la segunda mitad del siglo XIX, y que todavía se buscan hoy por escritores y bibliófilos con ávida pasión intelectual.

Por su labor periodística, la Asociación de Periodistas de Madrid le había otorgado la presidencia y muchas sociedades gallegas le contaban como socio honorario y de mérito, especialmente la de Bellas Artes de La Coruña que le eligió su miembro el 22 de enero de 1902.
Sirvan pues estas líneas, al exhumar su memoria como un modesto homenaje, al preclaro gallego, ejemplo de periodistas, modelo de ciudadanos y gallego leal e insobornable.


VILANOVA, A.: Juan Fernández Latorre, "Galicia Emigrante", ano 5, nº 35, xuño-xullo de 1958, p. 3, 26.

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