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 CÁTEDRA DE CULTURA GALLEGA, PRISCILIANO

La penúltima clase versó íntegramente sobre la personalidad del gran heresiarca gallego.

Comenzó el profesor Vilanova trazando un esquema del momento histórico que le tocó  vivir al famoso prelado en sus aspectos geográficos e históricos. El siglo IV, en que los obispos eran elegidos de un modo popular, con los inconvenientes propios de la época en que lo popular era muy relativo; máxime teniendo en cuenta que a ellos les estaba encomendada la administración de justicia.

Al surgir este hombre, con un sentido distinto del que se observaba en las prácticas corrientes, limpio, de verdadera cristiandad, tenía que

 chocar forzosamente con un sistema en el que podían  más los privilegios adquiridos por la iglesia que los sentimientos puros que le animaban a él y a sus discípulos.

Prisciliano nació en Galicia y en ella desenvolvió sus actividades. Su figura conmueve a casi todos los historiadores europeos que, a partir de Sulpicio Severo –su mejor biógrafo- quien hiciera sobre él apreciaciones ligeras, tales como la de hombre atrevido y vanidoso, le reivindica después, retractándose para tributarle los mejores elogios. Pualo Orosio le señala como mártir y dice que su tumba se convirtió en lugar de devoción.

Entre los historiadores nuestros modernos destácase por su ecuanimidad el padre Antolín López Ferreiro. El mismo Meléndez y Pelayo –tan injusto siempre en la apreciación de los temas gallegos- rectifica por el 1917 en su “Historia de los Heterodoxos Españoles”, opiniones poco favorables que vertiera en la primera edición. Portela Valladares ha estudiado la relación entre su culto y el que surgió al aparecer los supuestos restos del apóstol Santiago.
El hallazgo, en Alemania, en Wurtzburg por el 1888, de once opúsculos en que se encuentran las obras de Prisciliano, hizo despertar el interés de los investigadores, algunos de los cuales pusieron en duda que le pertenecieran, debido al lenguaje poco romanizado que se emplea en ellos. Los demás deducen que ese latín bárbaro, usado por una persona de tan elevada cultura, obedeció a la necesidad de hacerlo más vulgar para que entrara mejor en el corazón del pueblo.

Las ideas priscilianistas se extendieron rápidamente, comenzando por la Lusitania, luego por la Bética y la Tarraconense cruzaron los Pirineos y fueron propagadas por todas las zonas célticas de Francia. Es en éstas donde adquiere mayor arraigo porque las formas usadas por la iglesia priscilianista coinciden grandemente con las antiguas prácticas de aquellos pueblos. Los sacrificios de orar en las montañas a las que concurrían descalzos, el reparto de bienes a los necesitados, la oración en público, los cantos y las danzas (que aún subsisten en nuestras romerías) delante de los santuarios, etc. Contribuían a la rápida difusión del credo en la que entró a desempeñar un papel preponderante la mujer.

Pero estas prácticas, normales hoy, no condecían con las modalidades clásicas de aquella época, y los prelados que las vieron de mal grado, iniciaron una campaña para condenarlas. Los más enconados enemigos fueron los obispos Idacio e Itacio. Conviene –dijo el profesor Vilanova- no confundir ese Idacio, obispo de Osonova, con nuestro ilustre conterráneo del mismo nombre que fue obispo de Aquas Flavias.

Es curioso que el primer obispo Higinio de Córdoba que dio la voz de alarma contra la escuela priscilianista, fuese también el primero en convertirse a ella… Para él, lo mismo que para muchos historiadores, Prisciliano ha sido un ortodoxo, no un hereje, un hombre rico que tuvo la virtud de repartir sus bienes. Para el profesor Vilanova fue un asceta. Sus enemigos logran la celebración del Concilio llamado III de Zaragoza, pero sin que sean citados sus partidarios. Asiste solamente Sinfosio de Astorga que le defiende. Prisciliano es condenado y el emperador Graciano le hace prender, con varios de sus discípulos; pero el papa, San Dámaso,-gallego también- envía una nota invalidando las resoluciones del Concilio, al no haber sido invitados los obispos priscilianistas, por lo que no podían ser juzgados sin habérseles escuchado. Prisciliano es puesto en libertad y se encarcela a sus acusadores. Se le designa obispo de Ávila.

Viene la sublevación de Máximo – español también- contra Graciano, con ello San Dámaso pierde su influencia. Prisciliano se dirige a Roma, pero la nueva situación del imperio no permite que sea recibido por el papa.

El general rebelde fija su corte en Tréveris y los enemigos del obispo gallego logan que nuevamente se lo enjuicie. Median San Martín de Tours y San Ambrosio de Milán, quienes le defienden, pero se le condena con el poeta Latroniano y los discípulos Eucrocia y los sacerdotes Armenio, Juliano y Feliciano. Son decapitados en Tréveris en el año 380.

El mundo cristiano se conmueve. Los acusadores son señalados como criminales y la iglesia católica ya con dieciséis obispos priscilianistas va tomando una modalidad distinta que conserva hasta el siglo VIII en que se produce la invasión árabe. El distanciamiento entre ella y el resto del clero español fue objeto de notables intervenciones hasta que San Ambrosio logró una reconciliación que resultaba sumamente difícil.

SANTIAGO Y PRISCILIANO

El profesor Vilanova se ocupó después de la conjetura de que los famosos restos de Iria Flavia en más posible que fueran de Prisciliano que de Santiago, ya que es muy dudoso que éste haya estado, no sólo en Galicia sino en ninguna otra parte de la península. En cambio, no tiene nada de inverosímil que los restos del obispo gallego fueran traídos a su tierra natal por los discípulos, que han sido muchos.

LAS IDEAS

Prisciliano predicaba que el hombre espiritual estaba en condiciones de leer la Biblia, el Apocalipsis y los Salmos. Frente a la jerarquía eclesiástica ponía la emoción popular; a la crueldad anteponía la ternura; a la corrupción, la ortodoxia y la austeridad; a la palabra hueca y rimbombante, la sencillez, demostrando con la palabra y el ejemplo que se debía razonar, no creer por creer. Cuando todos temían y claudicaban, porque resultaba muy aventurado ir en contra de las prácticas corrientes –lo que muchos pagaron con la vida- él proclamó el derecho divino al libre pensamiento. Con su ejemplo y del de los siervos del Mons Cupelius han quedado los dos preciosos legados que los gallegos aportamos a la libertad de pensar, demostrando que las tiranías pasan, pero las ideas creadoras quedan.

De VILANOVA, Alberto.
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