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LIBROS Y AUTORES, por CONSTANTINO AÑEL (1952)
Amablemente dedicada por su autor, recibí un ejemplar de esta obra justamente galardonada con tres premios en los concursos literarios celebrados en 1951, con motivo de cumplirse el centenario del natalicio del gran poeta y escritor, nuestro por tantas razones ilustre comprovinciano don Manuel Curros Enríquez.
Su lectura fue en mi corazón como una fragua de inquietudes y emociones. Unas veces sintiendo hondas penas, otras, felices alegrías, fui reviviendo a través de sus magníficas páginas muchas nostalgias de carácter personal. A Curros Enríquez le conocí a primeros de siglo, y puedo envanecerme de haber sido su amigo, y sobre todo, cuando abandonado de quienes estaban más en la obligación de ayudarle, se
¡Cuántas veces en horas de enorme tristeza me hizo depositario de íntimas confidencias!
Pues bien, el señor Vilanova logró en su insuperable libro de 347 páginas, reunir la historia más completa de la vida y obra de Curros Enríquez, tan llena de luchas, de éxitos y de desgracias. Porque de todo ello hay en su azarosa vida. Desde su niñez en Celanova, describiendo con claridad y sinceridad sus peripecias familiares y sus amarguras, de las que dejan una muestra bien clara este fragmento de una carta que el propio Curros escribía desde Madrid a un amigo el 28-7-1876, después de doce años de ausencia, y copiamos de este libro: "Ojalá pudiera yo acompañarte a Celanova, porque yo, para mayor desgracia mía, adoro aquella tierra en que tanto sufrí; aquel pueblo y aquella casa en que tanto lloré hasta los quince años en que la abandoné, huyendo del furor paterno para arrojarme en un mar lleno de tempestades donde vivo en perpetuo naufragio".
Seguimos leyendo en esta obra. En ella se van narrando muchos de los aspectos de la vida de Curros, algunos que estaban bastante oscurecidos por la leyenda, como ocurre con el de su enigmática estancia en Londres. Vemos a Curros ya en Madrid como ingresa en la redacción de "El Imparcial"; más tarde corresponsal de guerra en el cuartel del general Moriones, titulando sus crónicas "Cartas del Norte", hasta que teniendo que abandonar su puesto, continuó en la capital de España su labor literaria, colaborando extensamente en los periódicos de Madrid y Galicia. Viene a Orense en 1878, en virtud de una credencial de 5 000 reales al año, con destino a la Intervención de Hacienda de esta ciudad. Aquí vivió y trabajó, sin dejar por ello abandonadas sus labores periodísticas. A fines de julio de 1880 sale a la luz su obra titulada "Aires d'a miña terra", y todos sabemos cuál fue el amargo éxito de su publicación. Tres años después vuelve a abandonar Orense para volver a residir en Madrid, esta vez ocupando un modesto empleo en el ayuntamiento de esta capital. No abandona sus trabajos periodísticos y aun asiste a la solemne inauguración del célebre Centro Gallego de Madrid en 1893, celebrándose resonante velada en el Teatro de la Comedia, en cuyo acto Curros leyó su bella poesía "Na apertura do Centro Gallego", siendo coronado con la orla de laurel de plata.
En 1894 abandona España para trasladarse a México, y en los primeros días de marzo llega a La Habana, pero los grandes magnates de la colonia gallega cubana le disuadieron de su primer propósito, acuciándole a que se quedase en La Habana, bajo alegres promesas que después no cumplieron.
Desde este momento, en que se inicia la parte de la vida de Curros menos conocida, que el señor Vilanova historia con su brillante y característico estilo, ya no es posible soltar el libro: tal es su emoción y su interés.
Llega a Cuba pues, en 1855, año en que surgen los primeros brotes de la guerra separatista, de la que los cubanos con la ayuda de los yanquis habían de ganar su independencia, y es de ver a Curros defendiendo la soberanía española con el más elevado patriotismo español, criticando a los gobernantes hispanos con toda crudeza cuando lo merecen, y que le había de ocasionar la muerte de su periódico "Tierra Gallega", a la vez que no desaprovecha ocasión para zaherir a los "santones" de la colonia gallega, que devolvían sus ataques llamándole "mambi", a él, que era uno de nuestros más valientes adalides en la lucha por los sagrados intereses de España.
Cuantas cosas yo podría contar de Curros a partir de la pérdida de nuestros restos coloniales, allá por el año 1898 en que tuve la dicha de tratarle y conocerlo tan íntimamente. Sin que haya en ello ninguna manifestación de presuntuoso alarde, puedo afirmar que yo fui de los pocos que seguí siempre en el seno de la colectividad gallega sus inspiraciones con respetuosa devoción. Estuve con él en 1905 cuando presidió la Asociación Iniciadora y Fundadora de la Real Academia Gallega; a su lado estuve también cuando se consiguió la subvención para nuestro patriarca de las letras Murguía, subvención que tantos discutían y regateaban, y, cuando por discrepancias con el Centro Gallego, que en el libro constan claramente Curros se dio de baja del Centro, nosotros continuamos en la Sociedad luchando porque sus principios prevalecieran.
Todo lo demás está bellamente escrito en el libro del señor Vilanova, por el que merece el bien de Galicia y por el cual nosotros modesta pero fervorosamente le felicitamos. No puede trazarse una biografía mejor, ni hacerse un estudio más completo y sincero de su obra. No podrá en lo sucesivo hablarse de Curros Enríquez sin tener que acudir por fuerza a tan estupendo libro.
Séame permitido sin embargo contar una anécdota de la que fui testigo presencial y que tanto revela el alma del gran Curros: acompañele en su viaje a España a bordo del vapor "Alfonso XII" y salimos de La Habana el 20 de abril y el 2 de mayo a la vista ya de La Coruña, estábamos juntos en el barandal de la cabina de mando y él, que era hombre de pocas palabras, ya llevaba unos minutos en silencio y al ver que las lágrimas corrían por su cerrada barba, le pregunté qué le pasaba. "Nada" –me respondió-. "¿Pero si está usted llorando?", le dije. Y él me contestó: "Pues no me di cuenta, pero son tantos los recuerdos de aquí y de allá que no me extraña lo que me pasa".
Desembarcamos y fuimos a hospedarnos a un hotel de la Plaza de Pontevedra, esquina a la calle de Juana de Vega y al entrar se encontró con el insigne poeta Eduardo Pondal, que también se hospedaba allí; al verse los dos geniales bardos se abrazaron y repitiéndose la escena sentimental que había tenido lugar a bordo del "Alfonso XII".
Dos horas más tarde salían suplementos extraordinarios de los diarios coruñeses con la llegada de Curros (aunque hay que decir que don Manuel había prohibido en La Habana a todos, especialmente al "Diario de la Marina" del que era redactor, dieron la noticia de su salida para Galicia).
Yo podría contar muchas más cosas relativas a tan excelso hombre y gran poeta gallego; especialmente las luchas sostenidas por el mantenimiento de sus doctrinas sociales en el seno de la colonia española, de las que fueron principales campeones, figuras tan representativas de Galicia como Alfredo Nan de Allariz, y el directo de el "Diario Español", Adelardo Novo. Entonces el Centro Gallego de La Habana era la avanzada de Galicia y de España. Hoy ya no podemos decir lo mismo. Se observa en sus actividades cierta decadencia patriótica, y por el contrario hay que hacer justicia al Centro Gallego de Buenos Aires, que está realizando desde hace algunos años una gran labor en pro de la cultura gallega, patrocinando la impresión de obras que, como la que estamos comentando, son dignas de todo encomio.
Y para terminar estas líneas escritas más por un hombre de corazón, que de letras, diré que el autor de esta obra, joven e insigne escritor, señala los hechos con admirable amenidad y valiéndose de documentos irrebatibles, y como al divulgar la vida de los grandes hombres se hace patria, éste lo hizo así. Y como cierre de todo lo escrito, finalizaremos estas cuartillas copiando del libro del señor Vilanova, la décima de Curros a Gibraltar, ya que por ser actual este viejo problema reivindicativo de la honra española, relevan como ayer y como hoy, un gran gallego y un gran español como Curros Enríquez, que supo ser intérprete de una gloriosa aspiración nacional. O sea que en nuestro territorio no hubiese más bandera que la nuestra:
¡Gibraltar! Negro padrón
que la infamia perpetúa
de España al par que de Albión:
llave de que hizo un ladrón
para sus robos ganzúa;
sangriento y bárbaro altar
donde a mi patria se inmola,
no se llame mar a mar,
mientras no engendre la ola
que te ha de hundir y tragar.
AÑEL, Constantino: "Libros y autores"; 25 de xaneiro de 1952.