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ESPÍRITU Y SANGRE EN GALICIA EN LA FORMACIÓN NACIONAL ARGENTINA (1960)
Unidos en el recuerdo, vienen entrelazados en estos días, dos jubilosas efemérides: el sesquicentenario de la iniciación de la Independencia Nacional Argentina y la anual conmemoración del Día de Galicia. Y nada mejor como un homenaje a ambas fechas, que exhumar en tal ocasión el aporte galaico, -aunque sea sintéticamente-, a la obra que a través del tiempo fue edificando la personalidad histórica argentina.
El día que los historiadores argentinos se decidan a valuar con meticulosidad y ponderación cuanto debe su Patria a los que de afuera vinieron a estas tierras, y tasen en su exacto valor a las colectividades humanas que pusieron en juego lo mejor de su mente y de su
corazón en el progreso civilizador del país, habrán de reconocer cuanto se debe a la obra desprendida y constructiva de los animosos hijos de Galicia. Entonces, tendrán por fuerza que aseverar que de ellos vino gran parte de lo que dio vida y prestancia, contenido y continente, a mucho de lo que fue forjando laboriosamente, en el correr de los años, su existencia nacional. Posiblemente, y sin que esto suponga demeritar las demás aportaciones, la más singular, la más creadora y la más decisiva, haya que asignársela a los gallegos y a su gloriosa estirpe.
Desde aquellos marinos que se lanzaron a inciertos mares, acompañando a Colón o a Magallanes-Elcano en sus impares aventuras, hasta nuestros días, la generosa contribución gallega no ha tenido descanso; y ni las decepciones desconcertantes, ni la dureza de las adversidades, ni le albur de un destino temerario, les apartó jamás de su áspero camino. Y ahí está para afianzarlo, frente a la duda o a la negativa inconscientes, esos centenares de gallegos preclaros y todos esos miles y miles que se pierden en el anonimato de todos los días, pero no por ello menos meritorios, que han ayudado con lo más rico de su espíritu a incorporar a la Argentina a la gran familia de los pueblos libres.
No puede escribirse la historia, sin respeto a las particularidades que le dan vida y substancia. Una elaboración generalizante, sin matices, sin estilos, sin modulaciones y sin valores provenientes de otra categorología o de otra antropología sociales, está condenada de antemano al fracaso por la propia amputación de sus elementos diferenciales. La generalización unifica, arbitrariamente siempre, pero no da tono distintivo a una civilización nacional. Lo que enriquece esta civilización, es el desenvolvimiento espontáneo de las variedades y la íntima solidaridad entre ellas. Cuando se pierden de vistas estas realidades sociológicas, de nada nos sirve tratar la historia con gestos espectaculares o con voces relumbrantes, porque en puridad estaremos minuscularizando, y lo que es peor falsificando, nuestro auténtico sentido personal, históricamente hablando.
Antes de que la Argentina conquistase su Independencia, por estas tierras, hizo maravillas la voluntad galaica. Hombres de las más diversas actividades fueron despejando el horizonte promisorio de esta nación, a fuerza de fe, amor o de coraje. Al gallego nunca le asustó la lejanía de las latitudes, ni le detuvo lo arriesgado de la empresa, ni le intimidaron las inclemencias del clima, ni le sobrecogieron lo temible de los riesgos, ni le hicieron retroceder las adversas sugestiones de lo desconocido, antes al contrario, fue casi siempre el incentivo para perseverar en sus hazañas y redoblar sus sacrificios.
Gallegos fueron hombres como Fr. Juan Ribadeneira, denodado evangelizador franciscano; los jesuitas P. Montenegro, insigne cultivador de la medicina, y del P. Fecha que educaba musicalmente a los indios; los distinguidos gobernadores del Tucumán, como Pardo de Figueroa, Santiso Moscoso y Pestaña Chamucero; juristas como Moreiras y Blanco-Cicerón; un célebre baqueano como Blas de Pedrosa, un prelado tan singular como Malvar Pinto; agrimensores como Ozores Patiño y Alsina Gassa; un explorador como el P. Quiroga; marinos y cartógrafos como los Nodales, Taforo Bruñel, García, Villarino, Varela Ulloa, Pazos, Gundin, sin olvidar a Sarmiento de Gamboa, de noble oriundez gallega; ingenieros como Bucela Figueroa y Pérez Brito y la genial e incomparable figura de Cerviño; educadores como Juan Niebla y Juan Grande, y maestros de categoría universitaria como Guitián Arias, Fernández Ramos y O’Donnell Figueroa, y así podríamos seguir enumerando hasta la saciedad.
Pero lo que más nos conviene destacar aquí en esta exultante rememoración, son los gallegos que de una u otra manera, contribuyeron a la independencia de la nación argentina, señalando previamente a aquellos compatriotas nuestros que tomaron parte en hechos que por su significación y trascendencia, se les considera como precursores del gran gesto liberador. Corresponde en el orden cronológico la primera referencia, al notable profesor del Colegio de San Carlos, Pedro Fernández; la segunda, a los gallegos que tomaron parte en la Reconquista y Defensa de Buenos Aires (1806-7), contra los ingleses.
Era el Colegio de San Carlos durante el siglo XVIII, la primera de las instituciones docentes de la Capital. En este Centro cursaron sus estudios medios, la flor y nata de la juventud bonaerense, muchos de los cuales habían de llegar a ser primerísimas figuras del alzamiento y reconstrucción nacionales. En él dio clases de lengua y literatura latinas, el ilustrado y modesto sacerdote gallego Pedro Fernández. Nacido en Tuy y trasladado a esta ciudad de Buenos Aires, mereció ser encargado de la cátedra de latín, que desempeñó varios años con notoria e insuperable competencia, hasta el extremos de que los historiadores de la cultura argentina, le asignan el honor de ser el primero que jerarquizó los estudios de la lengua de Lacio en el país. Humanista profundo, y con un dominio absoluto de su disciplina, contribuyó a formar aquella pléyade de jóvenes argentinos en el cultivo de los grandes clásicos, y "si es cosa innegable que el clasicismo, -como afirma un publicista argentino-, ha tenido una influencia decisiva en el desarrollo de nuestras cosas políticas y de nuestras pasiones civiles", habrá que discernirle al profesor y humanista tudense, una ilustre contribución en la formación espiritual de los hombres de Mayo. Entre sus discípulos son dignos de destacar, entre otros, a Rivadavia, Las Heras, Manuel J. García, Anchorena, los hermanos Moreno, Pueyrredón, Belgrano, Agrelo, Sáenz, Fernández Agüero, Somellera, Valentín Gómez, López Planes, etc... Por sus destacados servicios culturales y patrióticos, mereció que se llamase "el Padre intelectual de los próceres de la Independencia". Sin embargo, después de muchos años de vida profesoral, que abandonó por su excesivo trabajo, solamente Rivadavia le siguió protegiendo, ya que le recordaba siempre como el mejor de sus maestros y el que más había contribuido a idealizar su vida y su pensamiento, con su saber humanístico. El escritor y militar argentino Juan A. Mendoza, le dedicó estas expresivas y justísimas palabras: "Una aureola de gloria envolvía a Pedro Fernández el 25 de mayo de 1810; había enseñado por el latín a llevar el espíritu humano para las conquistas del derecho; había contribuido a ennoblecer el pensamiento de nuestros más gloriosos obreros: los padres de la Patria argentina allí están como vestidos por esos sentimientos de elevación moral en toda la literatura de aquella época: en decretos, circulares, disposiciones...".
Dentro de la brevedad que nos exige esta publicación, habamos también un somerísimo balance de la colaboración galaica a la defensa y reconquista de Buenos Aires, frente a la invasión británica. El historiador argentino Juan Beverina, extrae de esta campaña las siguientes consecuencias pare el futuro de su pueblo: "Fueron ellas de una gran trascendencia. El pueblo adquirió la conciencia del propio valer. La reacción en él operada por el milagro de la Reconquista fustigó su indolencia, despertó su altivez y le prestó nuevos bríos, renovadas energías, para acometer la increíble empresa de transformarse en pocos meses en un instrumento eficacísimo de lucha y victoria. La voluntad popular, siempre sofrenada por la rigidez del concepto autoritario de la monarquía, surgió potente en el congreso general del 14 de agosto, se agigantó con las primeras concesiones del virrey y se hizo ley en adelante, despreciando la autoridad del delegado del soberano e inclinado a la Real Audiencia a claudicar de su inflexibilidad en el sostén del prestigio de la realeza, hasta abrazar sin disimulo la causa del pueblo. El estímulo indirecto que la independencia de los estados de América del Norte y la revolución francesa prestaron para el surgir de nuevos sentimientos, de insospechados anhelos, en el individuo y en la colectividad, recibió con estos acontecimientos vividos en el Río de la Plata un impulso directo e incontenible, que habría de culminar poco después, en la emancipación política y en la independencia; sucesos que las invasiones inglesas favorecieron en gado sumo al poner en evidencia el abandono en que la corte española dejaba a esta parte de sus dominios, la ineptitud de la autoridad y la ineficacia del régimen colonial por su anacronismo con los nuevos principios políticos y sociales".
Destaca en primer lugar la constitución del glorioso "Tercio de Gallegos". No vamos ahora a explicar las vicisitudes de su formación y el equipamiento de sus cuadros. En el libro que sobre la obra gallega en la Argentina, tenemos ya en definitiva preparación, para ser dado a la imprenta por el gesto generoso del Centro Gallego, todos estos puntos y otros muchísimos más, son tratados con la extensión que se merece. Digamos solamente que mandado por el ilustre ingeniero Pedro A. Cerviño con quien está en deuda todavía la cultura argentina, se batió heroicamente en distintos puestos de combate contra el invasor, que tuvo muertos y heridos, que le corresponde el honor de haber actuado decisivamente en muchas acciones, y que su mejor ejecutoria son los laudables términos con que se expresó el Cabildo y la musa popular, que nos regatearon los mejores elogios para su heroísmo. Es doloroso, que todavía los gallegos que prodigamos tanto entusiasmo en tantas cosas fútiles, no le hayamos elevado un monumento por subscripción popular a aquellos aguerridos hijos de Galicia, a pesar de nuestras escitaciones con motivo de su pasado sesquicentenario. En otros cuerpos cívicos y con copiosas donaciones en metálico contribuyeron otros muchos gallegos, que a su vez remitían importantes sumas de dinero para apoyar el levantamiento contra el invasor francés de la Península.
LOS GALLEGOS EN LA REVOLUCIÓN DE MAYO Y EN SU LUCHA POR LA INDEPENDENCIA
Los gallegos también ocupan lugar de privilegio histórico, en la contribución a la Independencia Argentina. No se le ocultaban a nuestros compatriotas lo que representaba en aquellos momentos para su patria, la existencia de un régimen ominoso como el personificado en la nefasta dinastía borbónica. Estado corruptor, incivil y opresor, el que simbolizaba la figura siniestra y miserable de Fernando VII. Una razón de elemental pundonor patriótico, imponía la obligación de sentirse insolidario frente a sus continuas y criminales vejaciones. Si el pueblo criollo comprendía por un certero instinto político, que aquellos personajes ya no representaban autoridad moral o histórica alguna, los gallegos de fina sensibilidad civil también tenían que sentirse compenetrados con sus oponentes. La causa de la libertad, que es la causa del honor, los unía en un pensamiento y una acción comunes de solidaridad moral. No podían luchar contra la libertad de los argentinos, en favor de un régimen que privaba de libertad a su propio país, proceder de otra manera hubiera sido una aberración, hubiera constituido la infamia de ponerse al lado de los verdugos, y los gallegos jamás fuimos esbirros de la tiranía. Hablo de los gallegos dignos, que somos la mayoría y que siempre nos opusimos a la arbitrariedad del Poder. Quede esto bien claro. Porque todo lo que en nuestra Tierra pueda producirse de signo contrario a la libertad, tendrá siempre cédula de extranjería.
El Estado no puede ser cerco para el pueblo; sino receptor y acicate para sus evoluciones espirituales; no ha de ser muro, sino válvula para sus creaciones; no ha de ser impedimento, sino cauce par donde discurra y se expanda indefinidamente; no ha de ser el Estado una forma pétrea e inconmovible, sino materia que va moldeándose al unísono de las apetencias nacionales y de las reivindicaciones de sus pueblos. Y el Estado español, no estaba a la altura de la misión que imponían los nuevos alumbramientos políticos y revolucionarios que por el mundo se producían. Era un Estado envilecido, por su estructura ética, por su misérrima legislación y por el enanismo raquítico de sus hombres de gobierno. Stuart Mill definió estas situaciones con esta frase: " El valor de un Estado es, a la larga, el valor de los individuos que lo componen; y un Estado que prefiere, a la elevación y a la expansión cívica e intelectual de éstos un remedo de la habilidad administrativa; un Estado que achica a los hombres, a fin de que puedan ser en sus manos dóciles instrumentos de sus proyectos, bien pronto se dará cuenta de que no pueden hacerse grandes cosas con hombres pequeños".
Los hombres pequeños, se sometían a aquel régimen monárquico, lleno de ludibrio e indigencia espirituales; los hombres grandes le combatían airada y resueltamente. Los gallegos, hombres grandes al fin, como grandes y gallegos que eran, mantenían su vieja tradición histórica de combatientes por la libertad. Por eso, y por su antigua adhesión a la causa de los pueblos libres, lucharon al lado de los argentinos en su conquista por la Independencia.
Al celebrarse el cabildo abierto de mayo de 1810, los gallegos asistentes al mismo, como el P. Albariño, insigne dominico; del Dr Seide, Vidal del Sar, Cerviño, el Dr. Melchor Fernández, votaron por la fórmula revolucionaria antivirreinal. El doctor Fernández, nacido en Foz (Lugo), distinguido profesor de Filosofía y miembro del Cabildo Catedral, explicaba su voto, verdaderamente concluyente y de gran sapiencia constitucional, sosteniendo "que este Pueblo se halla en estado de disponer libremente de la Autoridad que por defecto, o caducidad de la Junta Central, a quien había jurado obediencia, ha recaído en él, en la parte que le corresponde y que en caso de subrogarse, sea en el Excelentísimo Ayuntamiento, mientras se establece el modo y forma de gobierno". Magnífica conclusión jurídica, que representaba la fina interpretación legal de los hechos consumados.
Pero la intervención de los gallegos no se limitó a la acción nominal de expresar un sufragio. También pusieron su vocación guerrera al servicio de la emancipación nacional, cuando solamente las armas tuvieron que dirimir la contienda. Muchos son los hijos de Galicia que las empuñaron en esta gesta liberadora. Destaquemos sólo los nombres de aquellos que merecieron el alto honor de ocupar cargos de mando en el ejército sanmartiniano.
Pero antes de enumerarlos es preciso que recalquemos una previa aclaración. Con motivo de los festejos sesquicentenarios, ha circulado con reiterada profusión un error, que debemos los gallegos, por nuestra propia seriedad, desvanecer. Nos referimos a la cacareada naturaleza gallega de Pascual Ruiz Huidobro, sostenida por varios escritores argentinos y coreado por una serie de compatriotas un poco fáciles para aceptar todo lo que de estos hemisferios culturales llega. Pues bien, el señor Ruiz Huidobro no es gallego, sino nacido en la capital andaluza de Cádiz, quede esto bien claro para orgullo de Andalucía, y de honor para Galicia que no necesita de ropavejerías pseudohistóricas, para lucir sus propias e inalienables galas. Gallegos sí fueron, y comprobado está documentalmente, varios jefes y oficiales del Ejército liberador argentino, como el alférez Juan Rodríguez Andrade; los capitanes Francisco Castro Mosquera, Manuel Antonio Baz, José Díaz Edrosa, y José María Lorenzo; el mayor Francisco Javier Díaz Fernández; el teniente coronel Francisco Bermúdez; el coronel José Bernáldez Polledo, y el general de brigada Juan Pardo de Zela y Vidal. Sirvieron en el mismo ejército con otros cargos el Comisario de guerra Antonio del Pino Casanova, y los cirujanos doctor Casal Anido y Ángel Refojo Illanes.
Contribuyeron al mejor éxito de la emancipación otros muchos gallegos, con su colaboración civil, unos; con su ayuda económica, otros. Juan Sánchez Boado ponía en acción sus mejores oficios para conseguir que Portugal reconociese la Independencia Argentina; Sánchez Alonso llevaba al teatro, con cierto oportunismo, las proezas de la emancipación americana; Manuel Palomares dirigía el taller de la Maestranza de Artillería, designado por el Triunvirato; Raimundo Rial Arriaga, popular alcalde de barrio de la Capital, aportaba sus dineros para la causa emancipadora; el presbítero Amenedo Montenegro; el distinguido patricio de Patagones, Ramón de Ocampo, y tantos otros volcaban su bolsa con esplendidez en favor de la libertad argentina. Es digno de recuerdo también, Diego Rapela Pardo, que desde su humilde puesto de encargado de la Posta de las Barrancas, prestó señaladísimos e importantes servicios a la revolución de mayo; Isabel Torreiro, que vigilaba tenazmente los movimientos contrarrevolucionarios, para denunciarlos a la Junta, siendo su principal delación, la de la conspiración de Alzaga.
Homenaje merecen estos gallegos que lo sacrificaron todo, la vida, la hacienda y la tranquilidad, por la sagrada causa de la libertad de los pueblos. Prefirieron acatar los principios, antes que el régimen abyecto de su propia patria. Y en la vida siempre será lo más sagrado en la conciencia del hombre, su devoción por los principios, que constituyen la pureza de su carácter y de su conducta, línea recta moral a la que se permanece leal en todo el transcurso de nuestra existencia, y que nos permite en todo momento defender con honor unas ideas, porque ellas fueron siempre las ideas de nuestra vida. Quien no está en ese caso, podrá evolucionar y cambiar de pensamiento, pero le estará siempre vedado el derecho a dar lecciones ideológicas a los demás. Los principios forman la propia fisonomía de nuestro espíritu, y donde no existe esta dignidad humana, esta norma rígida de entereza, y cuando por podredumbre moral, el hombre se vende o se alquila –más despreciable aún el que se alquila que el que se vende-, no encuentra justificación de ninguna clase en el seno de la sociedad y de la convivencia social, por rotos o gastados que estén los resortes éticos con que se sostiene y funciona su mecanismo vital.
LA HERENCIA GALAICO-ARGENTINA EN LA INDEPENDENCIA NACIONAL
Si grande fue la aportación de los gallegos a la causa de la Independencia Argentina, más grande fue la de sus hijos, leales a su estirpe y a su Tierra nativa. Son ellos lo más grande de la civilidad argentina de la primera hora. Son ellos los que hicieron argentinidad con virtudes gallegas, por eso fueron románticos e idealistas, por eso tuvo su acción un claro sentido democrático, un rotundo acento liberal, un gemido agudo de justicia. Por ello perseveraron en lucha contra viento y marea, y por ello dejaron huella de austeridad y de creación, heredadas de sus mayores. Libertad fue su grito emancipador, y libertad fue siempre lema y divisa de nuestra rancia prosapia espiritual.
La influencia hogareña era profunda, ya que con la educación y el ejemplo, impartían a sus descendientes las más severas lecciones morales, que luego habían de gravitar más tarde en su pensamiento y en sus actos. Hablando de esa influencia, un distinguido historiador argentino, el doctor Bernardo Frías, escribía estas palabras: "Representaba, a más de un privilegio de raza, un alcázar y una escuela; porque allí se guardaban las grandezas del pasado y allí se enseñaba y aprendía con los principios y el ejemplo a vivir y a morir como es debido, primera condición para que un pueblo pueda alcanzar a ser libre y feliz... A más de la herencia del nombre, de los bienes, de la preeminencia social, conservaba con justa satisfacción un pasado más o menos lleno de dignidad, de virtudes, de acciones generosas y a las veces también, de glorias que formaban la verdadera altura del apellido, herencia que el hijo de familia trabajaba por conservar o imitar y a veces con apasionamiento. Un pasado honorable y tantas veces ilustre, se trasmitió de generación en generación en la historia de la casa, en el orgullo de la familia, levantando en sus vástagos noble espíritu de imitación y de estímulo; educación moral de robusto poderío, cuyo apoyo yacía en principios enaltecedores de la dignidad humana, contándose entre ellos, y en primera línea, el honor, la hombría de bien, la grandeza y el esplendor en las acciones y pensamientos; el valor, la fortaleza de ánimo y la altivez del carácter".
Ahora veamos quiénes fueron los descendientes de gallegos que actuaron más relevantemente en la lucha por la Independencia argentina.
Por herencia materna y paterna, respectivamente, destaquemos los nombres de Castelli Villarino y Juan José Paso (su verdadero apellido es do Pazo), que tan brillante y augural intervención tuvieron en el Cabildo abierto de Mayo de 1810. El primer presidente de la República Argentina discernido como su "héroe civil", Bernardino Ribadavia, el tan discutido panfletario de la revolución, Bernardo Monteagudo; el destacado miembro de la Constituyente de 1813, Pedro José Agrelo; el bravo oficial del ejército emancipador, Santiago Alejo Aveleyra; los jefes del mismo ejército teniente coronel y coronel, respectivamente, Domingo y José Antonio Albariño; los generales Ignacio Álvarez Thomás, José María Paz, Francisco Fernández de la Cruz y Celestino Vidal; los coroneles Miguel Caxaraville, Pedro Conde Gadea, Ramón Lista, José Moldes y Agustín Marcó del Pont; con distintos grados también tomaron parte en aquellas campañas militares: José Gregorio González Especho, Escolástico Ramón Magán, Luis José Pereyra, José María Vilela y Marcelino Martínez Castro; los ilustres marinos Leonardo Rosales y Manuel Blanco Encalada. Sirvieron en el orden civil a la revolución desde puestos de gran responsabilidad: el escritor José Darregueira; el hacendado Leonardo Domingo Gándara; el periodista Hipólito Vieytes; los políticos Manuel J. García-Ferreyra y Francisco J. Sar y Arroyo, y otros muchos más que sería fastidioso enumerar.
Casi todos ellos lucharon contra Rosas y conocieron los horrores de la ergástula o padecieron los rigores del exilio, en donde algunos encontraron la muerte, lejos de su querido pueblo natal. Es deber nuestro, con este motivo, precisar con entera franqueza esa interesante coincidencia, que ratifica el fervoroso amor por la libertad que siempre han tenido los ilustres vástagos de la estirpe galaico-argentina. La que podríamos llamar la segunda rama generacional de esta misma estirpe, también aportó a la lucha antirrosista muchos de sus denodados campeones, empezando por la ingente figura de Sarmiento, hasta terminar por el mártir insigne Florencio Varela sin olvidar al insigne pontevedrés Francisco Javier Bravo, hombre de confianza de Urquiza, y al coronel compostelano José Neira González, que murió heroicamente defendiendo la plaza de Montevideo contra las fuerzas de Rosas, y en cuyo combate Garibaldi hizo proezas para rescatar su cadáver, mereciendo que Mitre lo calificase de "Episodio Troyano".
Así, en esta apretada síntesis hemos bosquejado algo de lo mucho que los gallegos y su clara estirpe han hecho por el progreso, por la cultura y por la libertad argentina. La Historia ha unido a los hombres de las orillas atlánticas, en un mismo sentimiento de fraternidad, en un idéntico afán de superación y en igual ansia de restauración nacional.
¡Quiera Dios que en un nuevo aniversario, podamos gallegos y argentinos, celebrar en paz, libertad y justicia, el recobro definitivo de nuestros pueblos!
Envío: A los argentinos de ascendencia gallega, para que sin dejar de ser argentinos honren la tierra de sus antepasados, dedicándole a las vindicaciones de Galicia un poco de aliento y de fervoroso recuerdo.
Buenos Aires, mayo de 1960. En el sesquicentenario de la Revolución de Mayo y en el Día de Galicia.
VILANOVA, ALBERTO: "Aquí... Galicia", año I, nº 4. Julio de 1960. Órgano de la peña cultural "Rosalía de Castro", Rosario, Argentina