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 EN ESTE DÍA DE GALICIA (1951)

En el grande y sacro día de Galicia, todos los gallegos, lo mismo los de aquende que los de allende, conmemoraron la festividad del Apóstol, con la trompetería jubilosa de su fe, de su entusiasmo y de su optimismo. Fiesta de fervorosa y exaltada galleguidad, en que volcamos todo el lírico amor que la santa tierra gallega, madre y meiga, nos inspira. Esta bendita Galicia, de la que nos sentimos orgullosos de haber nacido.

Bien está ¡gallegos!, que en tal día como el de hoy broten estremecedoras las gozosas hosannas de nuestras gargantas y salgan incontenidas las ofrendas filiales de nuestros corazones. Pero este día  debe ser algo más que el desbordamiento irreflexivo, cardíaco y

mecánico de la alegría. Ha de ser, debe ser también, el día en que los gallegos hagamos nuestro examen de conciencia. Y decimos esto, porque Galicia también nos pide cuenta de nuestra conducta; no sea que, inconscientes de nuestro deber como gallegos, creamos que con vitorear su santo nombre una vez al año hayamos cumplido dignamente con ella. Porque eso sería una alcahuetería, la más denigrante de las alcahueterías, porque sería tanto como hacer histrionismo y celestineo a costa de la madre patria, en cuyo holocausto se deben consumir mejores emociones que la gastronomía porcino-vegetariana del lacón con grelos, la algarabía de los aturuxos y el báquico escanciar de los vinos del Ribeiro.

Día de expiación, día de confesiones leales, en que todos, por un ineludible imperativo patriótico y espiritual, debemos reconocer nuestras culpas o debilidades, nuestras cobardías o claudicaciones, nuestra inhibición de los graves problemas de Galicia, y hacernos la inquebrantable promesa de no reincidir en estos males. Para ello tenemos que llegar a la convicción de que los pueblos no se levantan sólo por su prosperidad material o crematística, sino también por el empuje recio de las conductas señeras. El hombre que eleva su conducta a ejemplo –sea aquélla humilde o egregia-, ha sabido cumplir su gran destino vital, ya sea en la estimación ética o en la consideración histórica, que son los únicos valores capaces de perpetuar nuestro recuerdo en su paso por la tierra. Bien sabemos que no es tarea grata y fácil llevar hasta sus últimas consecuencias tan alentador proyecto, sobre todo cuando supone sortear peligros, enfrentarse con crueles represiones o vencer a enemigos desaforadamente vengativos. Pero la vida sólo se magnifica o santifica con algún riesgo y con alguna abnegación.

Para llevar a cabo una empresa de tal volumen y responsabilidad, hemos de ser ante todo probos y sinceros, justos y resueltos, sin titubeos, sin la mazorral cuquería de tantear el éxito o el relumbrón, sin picardías y reticencias, sin desfigurada personalidad con concesiones serviles, sin falsificar el credo que decimos profesar. Ya Nietzsche decía que “entre los hombres, son los que más odio esos seres epicenos e indecisos que andan con paso de lobo, estas nubes que pasan vacilando y dudando”. Jamás se hizo glorioso un pueblo, rehuyendo afrontar sus dolores y sus conflictos con espíritu revolucionariamente constructor. Y para ser más claros, diremos que hay muchas formas de contribuir al ocaso histórico de Galicia, que es tanto como precipitarla en una estéril balcanización, impidiéndole una superación de tipo sustantivo y ecuménico. Unos pueden contribuir a su muerte, con la apática y suicida indiferencia; pero otros pueden hundirla en la abyección, y son los que tratan de desvirilizar a Galicia como entidad fisiológica y anímica, envileciéndole su conciencia civil y arrasándole su emoción liberal. A los primeros hay que agitarles el alma, si todavía puede regenerarse, y a los segundos tenemos que mutilarles las garras, para que no se consuma su despojo mortal. Para ello tenemos, en primer término, que cargar sobre nuestros hombros con la ingente obra de sobreponer el espíritu auténtico, vivificante y redentor, frente a la materia abominable que amenaza aplastarnos en esta gran crisis de humanidad, más sentida hoy en nuestro país que en ningún otro. Ese poder soberano que, como dijo un gran escritor, parece, en los tiempos que corremos, un eclipse causado por la sombra opaca de la materia creciendo y esparciéndose cada vez más. Cada vez más, por todo el mundo, los hombres se ahogan en la avaricia o en la prodigalidad, en la codicia o en la lujuria. El hambre ruge o aúlla, se desenfrena el placer, el lujo desborda su insolencia. El dinero es el único dios para todos: para los que lo tienen y para los que lo ambicionan, para los que lo gozan  o para los que lo hacinan, imaginando que sólo por eso y para eso viven, y para los que creen sufrir pobreza, y cuyo verdadero mal es menos de miseria que de envidia. Así el género humano se trasforma en un disparatado conjunto de animales sin piedad, sin altruismo, sin nobleza, sin inteligencia, sin alma: mariposas ciegas y sin cerebro, cerdos de vientre hidrópico, lobos hambrientos y ululantes, chacales de voracidad insaciable. Y el remordimiento no habla. Y el miedo sólo interviene para requintar el placer en locura o vértigo. Y el odio se cierne como implacable amenaza, en cuanto no desciende como castigo justiciero.

Han de ser generadores de esta nueva conciencia redentora de Galicia, aquellos a quienes su clara mente, su espíritu  creador y su fecunda originalidad ha discernido un puesto esclarecido entre los conductores de pueblos. Me refiero de modo fundamental a los intelectuales. Es meritoria la insigne labor de quienes en el ámbito de las letras, de las ciencias y de las artes, ponen en alto el prestigio de nuestra tierra; pero esta misión hay que desarrollarla con elevación, con magnificencia y con decoro. Ningún adulón de tiranos, escritor con librea de lacayo o uniforme de gendarme; ningún científico incivil, ningún artista sin emoción trascendente, tienen derecho a participar en el festín cívico y regenerador de Galicia. Sólo nos rendiremos a su obra, cuando ellos presenten  esa ejecutoria limpia, que sólo las vidas de hontanar generoso pueden esmaltar. Nada de actitudes confusas e incoloras, nada de bastardías o intransigencias como cómitres y verdugos, con embaucadores y sicarios: que nuestras posturas sean tan nítidas e inconfundibles que no puedan tacharnos de cómplices o comparsas. Para realizar una gran obra, el caudal de nuestras posibilidades tiene que poseer la misma profundidad de la empresa. No podemos, no se puede hacer nada ilustre con mente torpe y estrecha, y alma ausente de emociones. Y sobre  todo, no ha de arredrarnos la critiquilla menuda de zoilos y resentidos, de imbéciles i-escuros para llevar a cabo nuestra obra.

¿Cuál ha de ser, pues, el programa a realizar? Castelao, el primero de los gallegos de nuestro tiempo, lo ha contestado en su bíblico libro Sempre en Galiza, libro que  parece la voz de Dios revelada al alma atormentada de los gallegos: “Fundirse co povo, sentir as angurias da súa resiñación, infundirlle concencia da súa persoalidade e capacidade, darlle vida e arelas para prosperar. Primeiro, ser; despois, trunfar”.

No olvidemos que toda gran obra –con gérmenes de perennidad- es el fruto de todo fervor apasionado dirigido por entendimiento eximio al servicio entusiasta de un gran ideal. Un gran ideal es lo que necesitan, lo mismo los hombres que los pueblos, para poner en marcha toda la dinámica de su vida. Vivir a espaldas del gran ideal es gregarismo, parálisis, pauperismo, plataformas propicias para asentar siempre la esclavitud, y entre todas las esclavitudes, la más nefanda es la de la conciencia, de la que sólo nos es factible liberarnos, dignificándola por la razón y responsabilizándola por el deber. No olvidemos, también, que una vida puede perderse o consagrarse en la hora dramática de la verdad –momento de máxima responsabilidad que hay que atravesar-; y según la dignidad o la vileza con que se afronte, así se gana el aprecio o el desprecio de la Historia.

¡Gallegos! ¡A luchar por el rescate de Galicia! ¡Por su libertad y su grandeza! ¡Prometámosle en este gran día de la patria, como severo homenaje a su infinito dolor, como un mejor futuro para nuestros hijos, como una oración venturosa por nuestros mártires!

VILANOVA, A.: “En este día de Galicia”, en Lar, nº 213, Bos Aires, 1951, p. 13-14.
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