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EL AUTOR Y SU OBRA: Uxío Carré Alvarellos (1954)
La prosa ágil, bella y honda de Vilanova, pondrá en relieve no sólo sus severas aptitudes para el ensayo o para la investigación histórica, en las que ya tiene bien ganado el título de maestro, sino que hará patentes sus claras dotes de crítico literario.
ESCOLMA DE POESÍAS
Por Uxío Carré Alvarellos (Edición MARGARIDA, Buenos Aires, 1954)
Mucho debe la cultura gallega a la labor serena y docta de Eugenio Carré Aldao. Bastaría citar sus ya clásicos libros "La literatura gallega en el siglo XIX" y "Las influencias de la literatura gallega en la castellana"; libros con los que como paternales remos, aprendimos a bogar todos los gallegos de nuestra generación, e incluso anteriores, por los difíciles meandros de la caudalosa hidrografía literaria de nuestra querida Tierra. Sus eruditas y concienzudas monografías, y sobre todo su amada librería, titulada peyorativamente Cueva Céltica, con cuya denominación alcanzó rango histórico, y que convertida en cenáculo y reservorio de inquietudes patrióticas, dio vida a una serie de obras genuinamente gallegas, que fueron los hitos bondadosos que señalaron el jubiloso quehacer de nuestra redención.
Pero con ser tan egregia la obra de Carré Aldao, nos atrevemos a afirmar que su mejor obra, fueron sus hijos. Cuatro son los que nosotros conocemos: Leandro y Luis ( con cuya noble amistad honramos), José, muerto prematuramente como tantos gallegos prometedores en plena juventud, cuando su traducción y anotaciones a la obra que sobre "Macías O Namorado" escribiera el escritor yanqui Hugo A. Renert, tantas esperanzas nos hacía concebir, y Uxío, cuyo último libro nos toca hoy comentar.
Esta Escolma de Poesías que viene a continuar su obra iniciada con su otro libro de poemas "Da raza", y sus obras teatrales "A Tentación" y "Macías O Namorado", aparece ante nuestros ojos, por la cortesía de su editor y prologuista, también poeta, Avelino Díaz. Lo he leído, mejor aún, degustado con delectación suave y reconfortable. Una visión profunda, cromática y pintoresca de la Galicia eterna, esa Galicia que no han podido envenenar las codicias y la petulancias de los hombres; que no han sometido a sus vicios o a sus querellas, quienes ensucian la vida con el feo rencor de sus almas, toda esa Galicia prendida en la pupilas añorantes y saudosas de nuestro ser, aparece por obra y gracia del poeta prendida en sus versos. Parecen todos ellos en hidalga emulación, luchando por poner sus notas en el pentagrama grandioso y cósmico de la Naturaleza.
A pesar de todo lo que hay de paradisíaco o de telúrico en nuestra lírica antes de Uxío Carré, muchos de sus versos tienen prestancia de personalidad propia: el color, el sonido o el sentido que en ellos destaca, integran una conciencia poética de trasfondo personal inconfundible. Son calidades aprisionadas en sus pálpitos amorosos, en su gozosa diafanidad paisajística, hay como un aliento franciscano a veces, que acaricia a los seres, que temerosos, audaces o misteriosos hacen su vida, ora visibles, ora ocultos, por las zonas inquietantes de una Naturaleza desnuda de requilorios o lentejuelas postizas.
Otras veces su poesía jugosamente intimista, se encoge o enciende en el gozoso recanto siempre fértil, de su corazón, y quiera o no, tiene que decirnos cuáles son las penas, las ilusiones o las añoranzas que consumen su espíritu en ascuas.
Dulce también la galleguidad innata que dotada de generosas amplitudes anímicas discurre a través de sus poemas; por ella es sabrosísimo el paladeo que impone a nuestro espíritu, inalienablemente gallego, las voces, la humedad, la madurez que parecen percibir nuestros órganos sensoriales. Tal es la maestría o el sentimiento con que el poeta pone al alcance de nuestra curiosidad afectiva, sus mejores virtudes descriptivas.
Es sencillo además nuestro poeta, pues no se ha dejado ganar por la pedantería al uso. Reconoce su humildad, no se ha retorcido ni afanado por llegar a las altas cumbres de la trascendencia intelectual, que son cimas sólo reservadas a las alas de muy pocos poetas, y en cuya temeraria ascensión han perecido tantos vates despeñados en el ridículo –que es la muerte para el espíritu-, o en la estupidez –que es el infierno en que se desesperan las pequeñeces vencidas-. No se deja tampoco encarcelar en ninguna escuela, quiere y defiende la liberación de su propia alma. La poesía es inspiración demasiado seria como para encorsetarla en la modistería de la última moda.
Por eso lanza sus versos, como él afirma en el Liscarser de su libro a los "espritos puros que teñen brancas e lixeiras azas, aos que peneiran no altor, ou voexan nas esferas de Ilusión alumeados pol-os lampexos de nidio sol do sagro Ideal noso..."
Sólo me resta felicitar al poeta, y volviendo por donde empecé, decirle que el nombre de su padre no fue arrojado al olvido, no. Os bós e xenerosos auténticos, no los de pacotilla, lo recordaremos siempre. Sí; los que servimos a Galicia con doblez, sin egoísmo y sin vanidad, proclamaremos en todo momento sus méritos y su obra.
Buenos Aires, noviembre de 1954.
Nº 253-4 de LAR (noviembre-diciembre de 1954)