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 BERNARDO RODRÍGUEZ RIBEIRA (1956)

Tiña o xeito dos celtas
Que sublimara o Bardo
A intelixencia altísima
E un corazón honrado; 
E levaba na frente,
Decote escintilando, 
A estrela dos afectos
Pol-os galegos agros...
¡E no exilio morreu, lonxe da Terra
envolto na saudade do emigrado!
LUGRÍS FREIRE

Que tenga que ser el último de los emigrados llegados a Buenos Aires, el que recuerde a este distinguido hijo de Galicia, es harto molesto y doloroso. En esta noble exhumación de figuras gallegas, podrá parecer a algunos rumiantes resentidos, insana necrofilia o rencorosa reprobación a olvidadizos y abúlicos. Nada más lejos de nuestra intención. Lo que pretendemos en estas notas biográficas es únicamente recordar a todos los gallegos la obligación en que estamos de honrar a quienes nos han precedido en la devoción y en la lucha por la exaltación de la Galicia nuestra. 

Por ello hacemos nuestras estas palabras de Murguía al escribir la biografía de Gelmírez: "Hijo de Laertes, noble Ulises, ¡no adules a los muertos!, dice el gran poeta. No sabemos por qué. El muerto ilustre en cuyo recuerdo queman los vivos su incienso, no da ya ni quita, y al rendirle su homenaje la posteridad, cumple un deber, no adula. Muy al contrario. La justicia que se rinde al que ya pasó al reino de las sombras, no molesta a nadie, porque son pocos los que alimentan en su corazón envidias póstumas. Puede haber en ocasiones error en el juicio, porque el olvido pesa demasiado sobre el pobre muerto; mas cuando la luz disipa las tinieblas que le rodean, entonces sí que se le ve tal cual fue, se le ama con amor que nada mancha, y la posteridad le rinde el único homenaje que le es debido, la admiración". 

Hace tres años se cumplió el centenario del nacimiento de Bernardo Rodríguez. Vino al mundo en la parroquia de San Julián de Bea-La Estrada (Pontevedra), el 8 de enero de 1853. Hijo de campesinos relativamente acomodados, hiciéronle cursar la carrera sacerdotal, trasladándose con tal objeto a Santiago de Compostela en cuyo Seminario hizo sus estudios. Cuando cursaba primero de Filosofía, sintiendo que Dios no lo llamaba por ese camino, y, además veía en la necesidad de ingresar en el ejército en el momento en que la Guerra carlista estaba en su furioso apogeo, dejó su carrera y emigró como tantos otros a la Argentina, llegando aquí a Buenos Aires, a primeros del año 1874. 

En Buenos Aires, "como todos los que emigran, sufrió en los primeros tiempos las contrariedades y sinsabores inherentes a lo incierto que es el destino de uno en un país extraño", pero consiguiendo al fin un destino en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Era entonces su Rector, Nicolás Avellaneda, que había sido presidente de la República, escritor y orador eximio, y conocedor de las disposiciones intelectuales de Bernardo Rodríguez le encomendó la clasificación de la biblioteca de aquel centro docente, así como de la suya particular. Llevó a cabo con tanta escrupulosidad y eficacia tal encargo, que en 1882 el mismo Avellaneda le destinó a la difícil y delicada tarea de organizar la Contaduría de la Universidad, desempeñando ya siempre este cargo de Tesorero-Contador hasta su jubilación, producida el año 1916. De su labor y de su honestidad lo dicen bien claro estas palabras con que el Boletín universitario registraba su fallecimiento: "su gentileza en el trato, su gracia en el decir y su labor severa y amable a la vez, que hacían de él un hombre de excepción le captaron el afecto y el respeto de cuantos le rodearon. En los momentos más difíciles y desagradables como en los de tranquilidad, una fina sonrisa vagaba en sus labios, la sonrisa de los hombres íntegros y cultos que saben sobreponerse al dolor y a la adversidad. Jamás en los 35 años de su actuación como contador de la Universidad, se le vio perder la línea del hombre de self-control". 

No hubo actividad cultural o patriótica gallega que recabase su apoyo que no contase con su adhesión fervorosa e incondicional. Miembro honorario y correponsal de varias corporaciones españolas y argentinas, formó parte de varios Jurados Literarios, fue vicepresidente del Centro Gallego y tesorero de su Orfeón y de la "Comisión Protectora de la Biblioteca América" de la Universidad de Santiago de Compostela. Al constituirse en Buenos Aires la "Asociación Protectora de la Academia Gallega", fue elegido su presidente (1919). 

Fue uno de los Precursores de la galleguidad en la República Argentina, formando en las filas de aquellos hombres que, como Cisneros Luces, Vázquez Barros, Castro Arias, Benigno Teijeiro, Castro López, Conde Salgado, etc, pusieron las bases de un patriotismo gallego que había de tener después mayor extensión y resonancia. Algún día habremos de hablar con la amble afectuosidad que se merecen, de estos próceres de la galleguidad en tierras americanas.

Escritor y poeta notable, dejó abundantes pruebas de su peregrino ingenio. Colaboró entre otros periódicos, en "El Libredón" de Compostela, "La Unión Gallega" de Montevideo, "El Gallego" de Cisneros Luces en Buenos Aires y en "El Eco de Galicia" que dirigió en esta capital el insigne Castro López. Hombre de una singular modestia, ocultó muchas veces su nombre tras anagramas y pseudónimos como "Gerardo Zudorriben", "Ruez Grido", "Barón de Dorreguriz", "Pica-Pica", "Edyardo L. Posobón", "Nébodas", "Bernardo do Pouso" y de "Ignarus", con este último sostuvo una famosa polémica con el poeta gallego Díaz Spuch sobre las reglas ortográficas del idioma gallego. Sus cuentos lo mismo en el idioma vernáculo que en castellano eran leídos y elogiosamente comentados por todos. Baste citar el titulado "La Penitencia" del que decía el insigne filólogo vigués Daniel Granada: "Al tino y buen gusto del autor que ha sabido usar de un claro oscuro maravilloso en lienzo admirable, formando un cuento que no desdice un punto al lado de los mejores de Fernán Caballero, de Trueba y de Valera". Como poeta, bastaría citar su famoso soneto "Mi sino", para probar sus magníficas calidades para la poesía.

A su muerte acaecida en Buenos Aires el 26 de mayo de 1924, hablaron en el acto de su sepelio Castro López y Conde Salgado, entre otros, y por iniciativa de otro meritísimo gallego, Julio Dávila, se publicó un folleto en homenaje a su memoria, en el que colaboraron Ponte Blanco, Benigno Teijeiro, Manuel A. Bares, Nóvoa Costoya, Eladio Rodríguez y González, Fernando Martínez Morán, Francisco Sánchez García, Federico Maciñeira, F. Estrada Cotoyra, Gumersindo Busto, Lugrís Freire, Alejandro Migues, Conde Salgado, Rodolfo Prada y Luis López. 

Conde Salgado que tan bien le conocía escribió: "Versado en las lenguas clásicas a la par que en la española, las cuales dominaba a la perfección, estudioso y culto, discreto y tolerante, supo realzar tan relevantes dotes, aún más todavía, con un espíritu de honradez y ecuanimidad tales, que en los usuales cambios de la administración universitaria efectuados durante largos años, todos sus superiores dispensáronle confianza plena, sin límites y colmada estimación; y sus iguales e inferiores siempre encontraron en él, cuando la ocasión lo requería, al consejero desinteresado, bondadoso y sincero, o al protector y valedor altruista en trances. Mas el rasgo genial, inconfundible, que hacía destacarle, cual exponente de su nativa condición, entre la numerosa cohorte de los gallegos expatriados, era su cariño, su fervoroso afecto al terruño. Había hecho de él una religión y de su recuerdo un culto. Por eso, bebiendo en tal límpida fuente, manantial inagotable de inspiración, dio a luz varios trabajos sobre asuntos casi todos destinados a describir los panoramas encantadores, costumbres, usos, tradiciones de nuestra Galicia, empleando para ese fin el idioma en que escribieron los Macías, los Sarmientos, Rosalía, Curros Enríquez y Lamas Carvajal, y que hablaron los Alfonsos. Esas producciones de Bernardo Rodríguez, por su léxico super abundante, estilo impecable y singular gracejo, habían de consagrarle, a buen seguro, por la posteridad como maestro eximio. Muy pocos serán -descontados, naturalmente, unos cuantos escritores galaicos de justa y reconocida hombradía-, los que tengan derecho a disputar aquel título". 

Carré Aldao hizo de él la siguiente definición, tan gráfica como actual: "patriota sincero, no de los que desdichadamente tanto pululan llevando sólo en los labios, y no adentrado en el corazón, el santo nombre de Galicia". 

Como homenaje a este gran gallego, ¿no podrían recogerse en un volumen los trabajos dispersos de Bernardo Rodríguez? Brindamos la idea al Centro Gallego en la conmemoración de su cincuentenario, ya que al honrar a un escritor galaico, honraría también a quien fue uno de sus más ejemplares directivos.

VILANOVA, A.: Bernardo Rodríguez Ribeira, en "Galicia Emigrante", ano 3, nº 25, novembro-decembro 1956.

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