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EN LA MUERTE DE UN GRAN HUMANÍSTA CATALÁN: Luis Nicolau D´Olwer (1962)
II Nota: EL POLÍTICO, por el Dr. Alberto Vilanova
En 1894 publicaba Prat de la Riba su "Compendio de la Doctrina catalanista", o sea cinco años después de que nuestro Alfredo Brañas publicara en Barcelona "El Regionalismo". El sagaz y vibrante doctrinario catalán, reforzaba así el sentimiento patriótico de sus coterráneos con un repertorio de ideas claras que iban a constituir la clave premonitoria del resurgir nacionalista de Cataluña.
De esta manera, como ocurre en todos estos movimientos reivindicatorios de la personalidad nacional, pasaba el pensamiento catalanista
de su etapa puramente lírica, quejumbrosa y erudita a una sabia concreción política, que es al fin y al cabo la que salva a los pueblos de su postración y de su inseguridad vitales. Y como no podía faltar el órgano colectivo encargado de integrar esas luchas y vindicaciones, surgió el primer partido específicamente catalán, con la "Lliga Regionalista".
No nos permite el constreñido espacio de que disponemos historiar las vicisitudes que pasó este Partido, que conoció horas de bonanza y de peligro; de éxitos y de fracasos; de popularidad desbordada y de decadencia desastrosa. Constituyó en ciertos momentos la gran esperanza triunfal del país y en otros sufrió derrotas no menos sonadas, como aquella que le infirieron los grupos anticatalanistas acaudillados por el nefasto político Lerroux, representante en la vida civil de Cataluña de la más deshonesta y mercenaria españolería.
En el orden cultural los hombres de la Lliga dieron vida a su magnífico organismo: el "Institut d'Estudis Catalans", cuya meritoria labor en este aspecto es digna del mayor encomio. En esta corporación, así como en sus publicaciones, figuró Nicolau D’Olwer como uno de sus principales colaboradores. Militante en aquella agrupación fue elegido concejal del Ayuntamiento barcelonés para el cuatrienio de 1918-1921. Sus compañeros de Consistorio, conocedores de sus cualidades intelectuales, lo llevaron a la presidencia de Comisión de Cultura, en la que realizó una labor tan provechosa en esta sección que mereció elogios de todos los sectores edilicios.
La Lliga que empezara tan bien su labor proselitista y cultural, no supo ponerse a tono con las realidades políticas que entonces embargaban a la Península. Su concepción accidentada de las formas de gobierno, su duda y confusionista actitud ante los graves problemas que afectaban al país, así como su indecisión para propiciar resoluciones drásticas, rectilíneas y rotundas, frente a los conflictos sociales, fueron apartando de sus filas a aquellos hombres que por su auténtica formación liberal y democrática, desconfiaban de que una táctica inhibitoria o reticente, pudiese constituir un método sano para llegar al cumplimiento de los altos fines que demandaban las circunstancias históricas. Entre ellos, uso de los primeros en romper con este tipo de política tortuosa y equívoca, fue Nicolau D’Olwer, al que sugirieron en su ruptura Bofill y Matos y otros, que después de convocar en 1922 la Conferencia nacional catalana, crearon el partido “Acció Catalá”, de signo honradamente nacionalista y republicano. Adquirieron el viejo diario barcelonés “La Publicidad”, convertido ahora en órgano de la agrupación con el título vernáculo de “La Publicitat” y contando entre sus nuevos adherentes, valores tan preciados como el publicista Rovira y Virgili, el jurisconsulto Amadeo Hurtado y otros catalanes insignes.
A partir de este momento el catalanismo tuvo en Acción su fracción de izquierda. Fue tan bien acogida por la opinión, aunó tal número de voluntades, que en las elecciones de 1923, sorprendió a muchos, arrollando a la Lliga hasta entonces indiscutida fuerza catalanista como potencia política de radical arraigo. Pasaba de esta manera la hegemonía civil de Cataluña a la flamante organización, que sería en 1931 desplazada por otro partido como la “Esquerra”, llena de fuerza, generosidad y civismo, como ningún otro de los que conoció la historia catalana.
Nicolau D’Olwer colaboró entonces asiduamente en “La Publicitat”, figurando además entre los principales dirigentes del Partido, en cuya dirección le sorprendió el golpe del 13 de septiembre de 1923, por el general Primo de Rivera. Conviene recordar aquí, que mientras algunos hombres de la Lliga, como el ilustre Puig y Cadafalch, creyeron en la buena fe del general insurrecto, siendo notorio que llegó a despedir a éste en la estación de Barcelona, confiado en las falaces expresiones del nuevo dictador. Nicolau y otros catalanes de izquierda, repudiaron desde el principio aquel pronunciamiento de regia inspiración de lo que dejó testimonio en un editorial de “La Publicitat”, y temiendo las represalias que no se harían tardar, pasaron la frontera refugiándose en Francia.
Poco tiempo permaneció inactivo, trasladándose a Ginebra, para presentar en compañía de Massó y Lloréns, un año después a la Sociedad de Naciones, la requeté en que propugnaba la internacionalización del problema catalán, y que no fue tomada en cuenta por aquel organismo internacional. La institución supranacional, al igual que la actual ONU, era incapaz e insensible para comprender el gran drama de los pueblos que ven lesionados o escarnecidos los fueros de su espíritu y los atributos de su dignidad. Tal avieso comportamiento iba a llegar al paroxismo amoral en el conflicto italo-abisinio y con la impudicia del Comité de No intervención en la tragedia española.
Fracasada esta gestión ante el organismo ginebrino y alejado de su patria por este forzado destierro, aprovechó su exilio para realizar diversos viajes por las costas mediterráneas, indagando los probables vestigios de las expediciones catalanas a Oriente, y de cuya investigación dio cuenta en reuniones historiológicas mundiales. Cuando le pareció que había aminorado la persecución, regresó a Cataluña, donde toda actividad política parecía extinguida. Nicolau no se amilanó y si cabe con más vigor reanudó sus actividades, encargándose nuevamente de las funciones rectoras de Acció, para contribuir hasta donde pudiera en el cambio de ruta de los acontecimientos políticos.
Al surgir la dictablanda de Berenguer, el catalanismo tuvo un pequeño respiro, que Acció aprovechó para la propagación de sus ideales con relativa libertad. Desde el consejo directivo, Nicolau trabajó en inteligencia con los demás grupos republicanos catalanistas y con los republicanos españoles para llevar a cabo una acción revolucionaria y coordinada encaminada a cambiar el régimen estatal del país. Este contacto se concretó en el Pacto de San Sebastián (agosto de 1930), al que asistió en representación de Acció Catalana, el ex concejal del municipio barcelonés, Dr. Carrasco Formiguera, que años después sería asesinado por el franquismo, sin que le eximiese de la última pena su acendrado catolicismo y su intachable hombría de bien. En virtud de esta Pacto estipuladas las garantías que en orden a las libertades de Cataluña le serían reconocidas por la República en el caso de su proclamación. Nicolau quedó incorporado al Comité revolucionario, que en caso favorable coyuntura, asumiría los poderes de Gobierno provisional.
Fracasada la revolución de Jaca, capitaneada por los mártires capitanes Galán y García Hernández, Nicolau pasó nuevamente la frontera, en circunstancias amarguísimas para él, ya que al día siguiente moría su madre en Barcelona. En Francia convivió con los demás miembros exiliados del Comité como su paisano Marcelino Domingo, Indalecio Prieto y el entonces republicanísimo general Queipo de Llano.
Ganadas las elecciones del 12 de abril de 1931 y proclamada la República, regresó a España, ocupando el Ministerio de Economía, siendo elegido diputado por Barcelona y elevado a la Presidencia del partido.
A los pocos días, la supremacía política de Cataluña pertenecía a la Esquerra, que se había ganado la devoción de su pueblo, más que por la bondad de su doctrina, por las figuras señeras que aparecían a su frente, y entre las que cumple destacar la quijotesca efigie y vida de Maciá y la no menos impresionante e inmortal de Companys, reciamente grabadas en una carrera inacabable de austeridad y sacrificios por su patria. Sus correligionarios habían triunfado en los comicios municipales catalanes, con un inusitado éxito sin precedentes. Era un premio que la pujante ciudadanía de Cataluña otorgaba no sólo a sus virtudes cívicas, sino a una transparente visión del provenir. Como dice el escritor austríaco Sieberer en su estupendo libro “España frente a Cataluña”, (que tuvo el honor de ser escrito en alemán y francés), la Esquerra catalana “veía dentro de un régimen efectivamente democrático en España, la única garantía de liberación duradera de Cataluña. Solamente la caída de la monarquía española permitía la realización de la autonomía catalana. Al soplo de la libertad general que tenía que entrar en España con la República democrática las cadenas que hasta entonces habían ligado a Cataluña habían de caer. Una democracia española ya no tendría ningún interés en hacer de Cataluña una esclava… Esta amalgama de revolución y de liberación nacional era una consigna conforme al espíritu del siglo. Faltaba a la Lliga un programa de acción equivalente, bien definido y rico en perspectivas de orden práctico: es, pues, comprensible que perdiera su papel de guía ella que durante largos años había sido la que había sostenido al catalanismo, hasta el momento en que el trabajo de construcción interno hizo lugar a la lucha por el poder con el adversario”.
Era natural pues que en circunstancias tan conminatorias en el quehacer histórico, los hombres de la Esquerra y singularmente Maciá temperamentalmente impaciente y suspicaz en cuanto al reconocimiento de las realidades catalanas, se precipitara noblemente a dar un paso tan trascendental como la proclamación de la República Catalana. El Gobierno de la República española, inquieto y temeroso de que ello pudiera complicar los tiernos instantes de su instalación, desplazó a Barcelona una comisión integrada por Fernando de los Ríos y los catalanes Marcelino Domingo y Nicolau D’Olwer para que rogaran amistosamente a Maciá depusiese espontánea resolución y dejase en manos del poder central la solución del problema catalán. Después de un cordial cambio de impresiones, Maciá se avino a la propuesta del Estado español cuando Nicolau se comprometió como patriota catalán a no transigir con cualquier escamoteo que pudiera menoscabar los sagrados derechos de Cataluña.
Sometido el Estatuto catalán a largos y apasionados debates en las Cortes Constituyentes, éste fue aprobado, significándose al lado de su defensa infatigable por los parlamentarios catalanes, las intervenciones elocuentísimas de Azaña y Varela.
Nicolau continuó representando en el Gobierno español al republicanismo catalanista, y aunque no pertenecía a la Esquerra, ésta no le regateó su representación por reconocer la lealtad con que cumplía escrupulosamente con sus deberes patrióticos. Cuando dejó su cartera, Cataluña estuvo representada por el impoluto hacendista Carner, demoledor fiscal del pirata March, y finalmente por Companys, hasta la disparatada disolución de las gloriosas Cortes Constituyentes.
Vino después el bienio negro y con él los sucesos de octubre de 1934, con la consiguiente inmolación temporaria de las libertades catalanas, hasta febrero de 1936 en que con el triunfo apoteósico del Frente Popular, retornaron los hombres de la Esquerra al gobierno de Cataluña, hasta que la guerra de invasión acabó vilmente con la autodeterminación del pueblo catalán.
Del prestigio de Nicolau, consignaremos dos hechos harto expresivos: El primero se refiere a los sucesos dolorosos de mayo de 1937 en Barcelona, que provocaron la intervención militar del poder central con la inevitable impopularidad para el gobierno catalán, y que afectó seriamente el crédito de Companys por las torcidas interpretaciones de las gentes. Muchos amigos del presidente de la Generalidad, entre ellos Ossorio Gallardo, le aconsejaron un descanso o retiro de sus funciones. Para el caso de que así lo hiciera, todos habían pensado en que nadie mejor por su autoridad moral y política que Nicolau para reemplazarle en tan difícil puesto. El segundo se refiere a los días subsiguientes al término de aquella guerra. Inundado el sur de Francia por centenares de miles de refugiados, al organizarse la J.A.R.E. (Junta de Auxilio de los Republicanos Españoles), entidad de tan alta responsabilidad, le fue conferida por unanimidad la presidencia a Nicolau, sin que pudiera alcanzarle alguna salpicadura o entredicho entre las inculpaciones dolorosas que señalaron a otros.
Finalmente en México, le cupo el honor de ser designado primer embajador español del Gobierno Republicano en exilio. Cuando Giral, la más admirable figura política de nuestra diáspora, le encargó para el cargo tan relevante como representativo, ponderaba con justicia los quilates éticos y cívicos de este nobilísimo político y humanista catalán, que acaba de dejar este mundo legándonos la lección imborrable de su saber, su decencia y su conducta, trinidad gloriosa para magnificar a los hombres ante el jurado inapelable de la Historia.
Así se honra la vida y así se tranquiliza la conciencia, sin importarnos que un tartufo fecal y artero pretenda mancharlas con la baba de su impotencia o de su envidia derrotada. Quien no ha sentido los arañazos de este tipo de rufianes, no sabe hasta dónde llega la fuerza poderosa de su temperamento y de su valer.
Cataluña puede marchar con ilusión a su futuro por la aleccionadora vida de estos líderes que jamás supieron del desánimo o de la claudicación. Día vendrá en que los catalanes puedan volver a ganar su meta nacional. Guimerá vuelve a revivir para repetir aquella portentosa imagen de su pensamiento catalanista: “No queremos apagar nuestra sed en los arroyos fangosos, sin en los puros manantiales que descienden de nuestras montañas y en las reservas de aguas acumuladas por las lluvias de antaño”.
VILANOVA, Alberto, “Lugo”, Bahía Blanca, mayo de 1962
No nos permite el constreñido espacio de que disponemos historiar las vicisitudes que pasó este Partido, que conoció horas de bonanza y de peligro; de éxitos y de fracasos; de popularidad desbordada y de decadencia desastrosa. Constituyó en ciertos momentos la gran esperanza triunfal del país y en otros sufrió derrotas no menos sonadas, como aquella que le infirieron los grupos anticatalanistas acaudillados por el nefasto político Lerroux, representante en la vida civil de Cataluña de la más deshonesta y mercenaria españolería.
En el orden cultural los hombres de la Lliga dieron vida a su magnífico organismo: el "Institut d'Estudis Catalans", cuya meritoria labor en este aspecto es digna del mayor encomio. En esta corporación, así como en sus publicaciones, figuró Nicolau D’Olwer como uno de sus principales colaboradores. Militante en aquella agrupación fue elegido concejal del Ayuntamiento barcelonés para el cuatrienio de 1918-1921. Sus compañeros de Consistorio, conocedores de sus cualidades intelectuales, lo llevaron a la presidencia de Comisión de Cultura, en la que realizó una labor tan provechosa en esta sección que mereció elogios de todos los sectores edilicios.
La Lliga que empezara tan bien su labor proselitista y cultural, no supo ponerse a tono con las realidades políticas que entonces embargaban a la Península. Su concepción accidentada de las formas de gobierno, su duda y confusionista actitud ante los graves problemas que afectaban al país, así como su indecisión para propiciar resoluciones drásticas, rectilíneas y rotundas, frente a los conflictos sociales, fueron apartando de sus filas a aquellos hombres que por su auténtica formación liberal y democrática, desconfiaban de que una táctica inhibitoria o reticente, pudiese constituir un método sano para llegar al cumplimiento de los altos fines que demandaban las circunstancias históricas. Entre ellos, uso de los primeros en romper con este tipo de política tortuosa y equívoca, fue Nicolau D’Olwer, al que sugirieron en su ruptura Bofill y Matos y otros, que después de convocar en 1922 la Conferencia nacional catalana, crearon el partido “Acció Catalá”, de signo honradamente nacionalista y republicano. Adquirieron el viejo diario barcelonés “La Publicidad”, convertido ahora en órgano de la agrupación con el título vernáculo de “La Publicitat” y contando entre sus nuevos adherentes, valores tan preciados como el publicista Rovira y Virgili, el jurisconsulto Amadeo Hurtado y otros catalanes insignes.
A partir de este momento el catalanismo tuvo en Acción su fracción de izquierda. Fue tan bien acogida por la opinión, aunó tal número de voluntades, que en las elecciones de 1923, sorprendió a muchos, arrollando a la Lliga hasta entonces indiscutida fuerza catalanista como potencia política de radical arraigo. Pasaba de esta manera la hegemonía civil de Cataluña a la flamante organización, que sería en 1931 desplazada por otro partido como la “Esquerra”, llena de fuerza, generosidad y civismo, como ningún otro de los que conoció la historia catalana.
Nicolau D’Olwer colaboró entonces asiduamente en “La Publicitat”, figurando además entre los principales dirigentes del Partido, en cuya dirección le sorprendió el golpe del 13 de septiembre de 1923, por el general Primo de Rivera. Conviene recordar aquí, que mientras algunos hombres de la Lliga, como el ilustre Puig y Cadafalch, creyeron en la buena fe del general insurrecto, siendo notorio que llegó a despedir a éste en la estación de Barcelona, confiado en las falaces expresiones del nuevo dictador. Nicolau y otros catalanes de izquierda, repudiaron desde el principio aquel pronunciamiento de regia inspiración de lo que dejó testimonio en un editorial de “La Publicitat”, y temiendo las represalias que no se harían tardar, pasaron la frontera refugiándose en Francia.
Poco tiempo permaneció inactivo, trasladándose a Ginebra, para presentar en compañía de Massó y Lloréns, un año después a la Sociedad de Naciones, la requeté en que propugnaba la internacionalización del problema catalán, y que no fue tomada en cuenta por aquel organismo internacional. La institución supranacional, al igual que la actual ONU, era incapaz e insensible para comprender el gran drama de los pueblos que ven lesionados o escarnecidos los fueros de su espíritu y los atributos de su dignidad. Tal avieso comportamiento iba a llegar al paroxismo amoral en el conflicto italo-abisinio y con la impudicia del Comité de No intervención en la tragedia española.
Fracasada esta gestión ante el organismo ginebrino y alejado de su patria por este forzado destierro, aprovechó su exilio para realizar diversos viajes por las costas mediterráneas, indagando los probables vestigios de las expediciones catalanas a Oriente, y de cuya investigación dio cuenta en reuniones historiológicas mundiales. Cuando le pareció que había aminorado la persecución, regresó a Cataluña, donde toda actividad política parecía extinguida. Nicolau no se amilanó y si cabe con más vigor reanudó sus actividades, encargándose nuevamente de las funciones rectoras de Acció, para contribuir hasta donde pudiera en el cambio de ruta de los acontecimientos políticos.
Al surgir la dictablanda de Berenguer, el catalanismo tuvo un pequeño respiro, que Acció aprovechó para la propagación de sus ideales con relativa libertad. Desde el consejo directivo, Nicolau trabajó en inteligencia con los demás grupos republicanos catalanistas y con los republicanos españoles para llevar a cabo una acción revolucionaria y coordinada encaminada a cambiar el régimen estatal del país. Este contacto se concretó en el Pacto de San Sebastián (agosto de 1930), al que asistió en representación de Acció Catalana, el ex concejal del municipio barcelonés, Dr. Carrasco Formiguera, que años después sería asesinado por el franquismo, sin que le eximiese de la última pena su acendrado catolicismo y su intachable hombría de bien. En virtud de esta Pacto estipuladas las garantías que en orden a las libertades de Cataluña le serían reconocidas por la República en el caso de su proclamación. Nicolau quedó incorporado al Comité revolucionario, que en caso favorable coyuntura, asumiría los poderes de Gobierno provisional.
Fracasada la revolución de Jaca, capitaneada por los mártires capitanes Galán y García Hernández, Nicolau pasó nuevamente la frontera, en circunstancias amarguísimas para él, ya que al día siguiente moría su madre en Barcelona. En Francia convivió con los demás miembros exiliados del Comité como su paisano Marcelino Domingo, Indalecio Prieto y el entonces republicanísimo general Queipo de Llano.
Ganadas las elecciones del 12 de abril de 1931 y proclamada la República, regresó a España, ocupando el Ministerio de Economía, siendo elegido diputado por Barcelona y elevado a la Presidencia del partido.
A los pocos días, la supremacía política de Cataluña pertenecía a la Esquerra, que se había ganado la devoción de su pueblo, más que por la bondad de su doctrina, por las figuras señeras que aparecían a su frente, y entre las que cumple destacar la quijotesca efigie y vida de Maciá y la no menos impresionante e inmortal de Companys, reciamente grabadas en una carrera inacabable de austeridad y sacrificios por su patria. Sus correligionarios habían triunfado en los comicios municipales catalanes, con un inusitado éxito sin precedentes. Era un premio que la pujante ciudadanía de Cataluña otorgaba no sólo a sus virtudes cívicas, sino a una transparente visión del provenir. Como dice el escritor austríaco Sieberer en su estupendo libro “España frente a Cataluña”, (que tuvo el honor de ser escrito en alemán y francés), la Esquerra catalana “veía dentro de un régimen efectivamente democrático en España, la única garantía de liberación duradera de Cataluña. Solamente la caída de la monarquía española permitía la realización de la autonomía catalana. Al soplo de la libertad general que tenía que entrar en España con la República democrática las cadenas que hasta entonces habían ligado a Cataluña habían de caer. Una democracia española ya no tendría ningún interés en hacer de Cataluña una esclava… Esta amalgama de revolución y de liberación nacional era una consigna conforme al espíritu del siglo. Faltaba a la Lliga un programa de acción equivalente, bien definido y rico en perspectivas de orden práctico: es, pues, comprensible que perdiera su papel de guía ella que durante largos años había sido la que había sostenido al catalanismo, hasta el momento en que el trabajo de construcción interno hizo lugar a la lucha por el poder con el adversario”.
Era natural pues que en circunstancias tan conminatorias en el quehacer histórico, los hombres de la Esquerra y singularmente Maciá temperamentalmente impaciente y suspicaz en cuanto al reconocimiento de las realidades catalanas, se precipitara noblemente a dar un paso tan trascendental como la proclamación de la República Catalana. El Gobierno de la República española, inquieto y temeroso de que ello pudiera complicar los tiernos instantes de su instalación, desplazó a Barcelona una comisión integrada por Fernando de los Ríos y los catalanes Marcelino Domingo y Nicolau D’Olwer para que rogaran amistosamente a Maciá depusiese espontánea resolución y dejase en manos del poder central la solución del problema catalán. Después de un cordial cambio de impresiones, Maciá se avino a la propuesta del Estado español cuando Nicolau se comprometió como patriota catalán a no transigir con cualquier escamoteo que pudiera menoscabar los sagrados derechos de Cataluña.
Sometido el Estatuto catalán a largos y apasionados debates en las Cortes Constituyentes, éste fue aprobado, significándose al lado de su defensa infatigable por los parlamentarios catalanes, las intervenciones elocuentísimas de Azaña y Varela.
Nicolau continuó representando en el Gobierno español al republicanismo catalanista, y aunque no pertenecía a la Esquerra, ésta no le regateó su representación por reconocer la lealtad con que cumplía escrupulosamente con sus deberes patrióticos. Cuando dejó su cartera, Cataluña estuvo representada por el impoluto hacendista Carner, demoledor fiscal del pirata March, y finalmente por Companys, hasta la disparatada disolución de las gloriosas Cortes Constituyentes.
Vino después el bienio negro y con él los sucesos de octubre de 1934, con la consiguiente inmolación temporaria de las libertades catalanas, hasta febrero de 1936 en que con el triunfo apoteósico del Frente Popular, retornaron los hombres de la Esquerra al gobierno de Cataluña, hasta que la guerra de invasión acabó vilmente con la autodeterminación del pueblo catalán.
Del prestigio de Nicolau, consignaremos dos hechos harto expresivos: El primero se refiere a los sucesos dolorosos de mayo de 1937 en Barcelona, que provocaron la intervención militar del poder central con la inevitable impopularidad para el gobierno catalán, y que afectó seriamente el crédito de Companys por las torcidas interpretaciones de las gentes. Muchos amigos del presidente de la Generalidad, entre ellos Ossorio Gallardo, le aconsejaron un descanso o retiro de sus funciones. Para el caso de que así lo hiciera, todos habían pensado en que nadie mejor por su autoridad moral y política que Nicolau para reemplazarle en tan difícil puesto. El segundo se refiere a los días subsiguientes al término de aquella guerra. Inundado el sur de Francia por centenares de miles de refugiados, al organizarse la J.A.R.E. (Junta de Auxilio de los Republicanos Españoles), entidad de tan alta responsabilidad, le fue conferida por unanimidad la presidencia a Nicolau, sin que pudiera alcanzarle alguna salpicadura o entredicho entre las inculpaciones dolorosas que señalaron a otros.
Finalmente en México, le cupo el honor de ser designado primer embajador español del Gobierno Republicano en exilio. Cuando Giral, la más admirable figura política de nuestra diáspora, le encargó para el cargo tan relevante como representativo, ponderaba con justicia los quilates éticos y cívicos de este nobilísimo político y humanista catalán, que acaba de dejar este mundo legándonos la lección imborrable de su saber, su decencia y su conducta, trinidad gloriosa para magnificar a los hombres ante el jurado inapelable de la Historia.
Así se honra la vida y así se tranquiliza la conciencia, sin importarnos que un tartufo fecal y artero pretenda mancharlas con la baba de su impotencia o de su envidia derrotada. Quien no ha sentido los arañazos de este tipo de rufianes, no sabe hasta dónde llega la fuerza poderosa de su temperamento y de su valer.
Cataluña puede marchar con ilusión a su futuro por la aleccionadora vida de estos líderes que jamás supieron del desánimo o de la claudicación. Día vendrá en que los catalanes puedan volver a ganar su meta nacional. Guimerá vuelve a revivir para repetir aquella portentosa imagen de su pensamiento catalanista: “No queremos apagar nuestra sed en los arroyos fangosos, sin en los puros manantiales que descienden de nuestras montañas y en las reservas de aguas acumuladas por las lluvias de antaño”.
VILANOVA, Alberto, “Lugo”, Bahía Blanca, mayo de 1962
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Deseño: Jose Lameiras Vilanova